Los Naipes

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Los naipes, como muchos de los elementos empleados en los juegos y entretenimientos que anotamos en este catálogo, tienen un origen incierto y por momentos polémico. Tal como sucede, por ejemplo, con los diagramas de la rayuela o con las fichas de la payana, se los ha vinculado sucesiva o alternativamente con los mitos, la magia, las prácticas religiosas y propiciatorias, la ciencia hermética, etc., o se los ha considerado descendientes de los primitivos astrágalos, a través de los dados o bien de los trebejos del juego de ajedrez.

Por nuestra parte nos limitaremos a puntualizar estas dificultades, sin ahondar en ellas, porque las abundantes discusiones eruditas y filológica que se han urdido, hasta el presente no han conseguido arrojar luz sobre los puntos oscuros y las numerosas dudas que rodean al nacimiento de los naipes.

Para nuestros fines bastará con mencionar que diversas miniaturas y dibujos medievales nos permiten asegurar que, ya entonces, se los conocía y empleaba en la mayor parte de Europa bajo formas muy similares a las modernas, aunque existen evidencias documentales que ubicarían su invención, introducción o perfeccionamiento, en un momento cronológico muy anterior.

Se conservan, en museos y colecciones privadas, una cantidad apreciable de primitivos naipes dibujados y coloreados a mano sobre pergamino vitela y papel, y se conoce la existencia (y en algunos casos las labores) de verdaderos naiperos, como el valenciano Juan Climent y el sevillano Diego Alfón, que se consagraron a este oficio en el siglo XV.

La técnica empleada por los primeros fabricantes se asemejaba a la usada por los miniaturistas e iluminadores de códices, referencia que nos permite calcular el tiempo que demandaba la confección de cada mazo y su elevado costo. Esta paciente artesanía llegaba a su más alto punto de refinamiento cuando los naipes eran grabados, por encargo de algún cortesano fastuoso, sobre delgadas láminas de marfil o sobre metales preciosos.

A fines del siglo XV la invención de la imprenta permitió abaratar sensiblemente el precio de las barajas (lo que significó una democratización de los juegos de naipes), mediante la estampación con grabados de cobre, y dio origen a un conjunto de procedimientos de fabricación que se mantuvieron prácticamente sin cambios hasta fines del siglo pasado.

Las "caras" (figuras) de la baraja y la "mosqueta" (parte posterior) se imprimían a mano en tórculos primitivos, sin tímpano ni arquetas. Una vez realizada esta operación se procedía a pintar las "caras" a la aguada, mediante el empleo de brochas, patrones y moldes recortados, usando para ello tintas confeccionadas a base de colorantes vegetales. Predominaban el amarillo, el azul y el rojo, aplicados en este orden y de los que resultaban los colores secundarios correspondientes. Luego de secados, los pliegos eran glaseados y bruñidos con la ayuda de polvo de jabón y piedras especiales, y a continuación se los cortaba a mano. Seguían a éstas las delicadas operaciones de seleccionar los naipes, por tonos y calidades de impresión, de formar los mazos y finalmente de empaquetarlos, todas las cuales eran encomendadas preferentemente a mujeres.

En el Río de la Plata fue tal el consumo de naipes que hacia fines de la época colonial llegaron a faltar por completo los producidos por la Real Fábrica de Macharabiaya, y fue necesario reemplazar los ya muy resobados y ennegrecidos por mazos traídos a gran precio desde Chile. En los primeros tiempos de la Independencia se autorizó su fabricación en los establecimientos de Manuel José Gandarillas y José María Quercia y Posi,a quienes se puede considerar, por consiguiente, entre los primeros naiperos argentinos.

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