Toros, cañas, carreras y patos

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La violencia, en efecto, parece haber sido una de las características más notables del Juego, hasta el extremo de que ya en los lejanos tiempos de la colonia su práctica fue enjuiciada y perseguida por las autoridades españolas, como lo demuestran, entre otras, las resoluciones
adoptadas por el Cabildo de Santiago del Estero en 1739, por el gobernador de Córdoba del Tucumán,en 1784, y por la justicia eclesiástica de Luján, en 1796,en este último caso con amenaza de excomunión,expulsión del templo y negación de sepultura eclesiástica "a aquellos que por su
desgracia llegasen a fenecer en tan bárbaro juego".

Pero en el trasfondo de las prevenciones contra el "bárbaro juego" o la "diversión bárbara", como
la llamara otro de sus detractores, el naturalista Azara, subyacen perceptibles razones de orden económico, que tienen que ver fundamentalmente con el creciente valor de los ganados y de las labores agropecuarias a lo largo de los siglos XVIII y XIX.

Precisamente en esa línea y con el propósito de preservar "las sementeras y guarda de ganados" lo prohiben el Virrey Avilés mediante los bandos de 1799 y 1800, la Junta Grande (20/6/1811), el gobernador Martín Rodríguez (21/6/1822) y más tarde don Juan Manuel de Rosas (1840).

Al margen de prohibiciones y reservas se lo siguió considerando, juntocon las "cuadreras", las corridas de sortija y las boleadas de avestruces, como una de las expresiones más genuinas del espíritu lúdico-ecuestre de nuestros gauchos. En este sentido fue reivindicado poéticamente porBartolomé Mitre en "El Pato" (1839), una composición de costumbres incluida en 'Armonías de la pampa", libro segundo de sus Rimas (1854), y en 1887 vuelto a cantar por Rafael Obligado en El Himno del Payador (insertado en la edición de 1906 de las Poesías), en escena que precede la aparición de Santos Vega.

Por iniciativa de aficionados y cultores de nuestras formas deportivas tradicionales, como Alberto del Castillo Posse, y despojado de su carácer bárbaro y violento por un reglamento que conservaba, sin embargo, sus cualidades básicas de vigor, destreza y movilidad ecuestre, se volvió practicar el pato en forma privada a partir de 1937. Para hacerlo públicamente fue necesario, no obstante, derogar el artículo que desde 1889 lo incluía entre los juegos prohibidos en ,el Código de Policía de la provincia de Buenos Aires, lo que ocurrió por mediación oficial el 26 de abril de 1938.

Otros Juegos Ecuestres

Con el caballo se practicaban otras suertes, como la maroma, la sortija y las cinchadas, en las que se ponían paralelamente de manifiesto la habilidad y el coraje de los jinetes y la resistencia de las cabalgaduras. Para la primera, en la que Rosas parece haber sido eximio, nos remitimos a la clásica descripción efectuada por Miller:
"...colocan una barra a una altura proporcionada en la única entrada que tiene el corral, la cual es tan estrecha que no cabe más que un caballo a la vez. Un peón se pone encima abierto de piernas y se deja caer perpendicularmente sobre el lomo de uno de los potros que pasan al galope por debajo y se sostiene en pelo, sin silla ni brida, asegurando sus largas espuelas contra la barriga del potro, el cual principia a hacer corcovos, a dar coces, dar brincos, levantarse de manos, etcétera..." Para la sortija, juego de destreza de origen español, se requería una cancha de regulares dimensiones, terminada en un arco de cuyo centro pendía una cinta con una argolla de
pequeño diámetro. El jinete debía avanzar al galope y ensartar dicha sortija con una varita, para lo cual necesitaba vista aguda, buen pulso y gran dominio del caballo, ya que no era raro que el esfuerzo que debía realizar para cumplir la suerte lo desmontase limpiamente.

Las cinchadas se concertaban para dirimir la fortaleza y resistencia de dos animales y suponían generalmente la existencia de una "parada" en dinero. Una litografía del italiano José Aguyari, ejecutada posiblemente durante la década de 1870, ubica la escena de la cinchada en el "Bajo", casi a orillas del río. Los dos caballos están unidos por un lazo sujeto a las respectivas

monturas y hacen fuerza en sentido contrario, cada uno en su rumbo. Uno de los jinetes, con el rebenque en alto, se dispone a "chirlear" a su cabalgadura para obligarla a quebrar, de un envión, la tenaz resistencia que le opone la otra. Un tercer jinete, a distancia, parece actuar como juez del encuentro.

A esta forma de la típica cinchada criolla se le agregaron más tarde,con la incorporación a fines del siglo XIX de los fornidos percherones de origen francés y el gran movimiento de vehículos de carga que esperaban turno en los aledaños del puerto, las barrancas y los galpones ferroviarios, las memorables cinchadas entre carros o chatas playeras, con apuestas fuertes y menudeo de latigazos propinados desde el pescante por carreros de lengue y alpargata bordada.

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