Entre peones y vividores

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Sonríe con su ancha boca de dientes desparejos y se apresta a "arrimar" la bocha lisa que ya tiene en la mano con la misma elegante y desganada precisión que acompaña a todos sus movimientos.

Desde el frontón de pelota llegan loa gritos de un vasco tambero, que juega a mano limpia y que se jacta de haberlo vencido al mismo Pedro Zabaleta, en una época imprecisa que puede coincidir con la primera presidencia de Roca, porque en la memoria del vasco se mezclan episodios de la revolución del 80 con atisbos de la Plaza Euskara, que comenzó a funcionar el 82. El tambero se ha trenzado mano a mano con uno de los "changarines", un formoseño pura fibra, y ya comienzan a llover, entre los mirones, las "paradas" a mano de uno y otro.

En una de las carpas anexas a la romería se juega fuerte al monte, y sobre una tabla apoyada entre dos barriles un porteño con aire de compadrito hace maravillas con la mosqueta: "A ver, caballeros, ¿dónde está la marcada?... jueguen a la marcada... a la marcada... ¿dónde está la marcada?... a la marcada.., a la marcadita... ".

Sobre la tabla reposan tres cáscaras de nuez vacías. Una de ellas tiene marcada en su interior una diminuta cruz negra. El compadrito, asistido por un par de laderos, que incitan a apostar "ganando" suculentas paradas, mueve las cáscaras con prodigiosa velocidad ante los ojos despistados de los mirones, que poco a poco se animan y comienzan a dejar sus pesos... sin acertar jamás, como es lógico, con la endiablada cascarita marcada.

Un tipo de mirada retobada recorre con indolencia la carpa del monte, donde se juega "de empalmada", "pego" y "paquete", y echa un vistazo a la improvisada mesa de la mosqueta. De tanto en tanto, con empaque autoritario, empuja hacia afuera a los apostadores que barruntan las fullerías de los talladores, calmándolos con un gesto significativo que alude a otros dos rufianes de chambergo que parecen dormidos junto a un par de barriles de cerveza.

Los más ingenuos tratan de buscar con la mirada al milico que ronda por allí sobre un estrafalario mancarrón palomo, y terminan por resignarse en la rueda de la fortuna, donde se afirma que es posible ganar atados de cigarrillos, botellas de anís y gruesos relojes de cobre. Otros, nerviosos y resentidos, se alejan hacia el mostrador del almacén, meditando siniestras venganzas al amparo de la noche y de su mayor conocimiento del terreno.

A la luz del atardecer se organizan junto a la ramada las últimas tiradas de taba, en las que se prenden los despechados de las traidoras mesas de monte. El hueso vuela, tirado por mano experta, y se clava mostrando "suerte" sobre el piso trajinado y polvoriento. Los acompañantes del mozo que ha estado en Alcorta lo invitan a participar en el ,juego, pero él se niega con un gesto seco y categórico y se retira al interior del boliche para leer el viejo y arrugado ejemplar de La Protesta que le han hecho llegar amigos de Buenos Aires.

Llega la noche y en el patio comienza a sentirse el olorcito tentador de la vaquillona con cuero que se asa bajo el cuidado de un viejo de mirada vidriosa y chiripá deshilachado. Cerca de él, dos pardas muchachonas espantan las moscas que revolotean sobre unas canastas con empanadas y pasteles, esperando la visita de los parroquianos que ya comienzan a caer para churrasquear, un poco desanimados por la sangría que les han pegado los forasteros.

En el interior del boliche vuelve a escucharse el zapucay penetrante del correntino de golilla roja, que por sexta vez acaba de ganarle la victrola a su paisano: "Jho' á vaí ma güivé, yaguá yepe o cuarú nde rejhé". Al día siguiente, cuando las peonadas hayan partido en los lentos trenes que suben hacia el Norte o que bajan a Buenos Aires, el pueblo volverá a remansarse en sus rutinas cotidianas, a la espera de que el tiempo agrario vuelva a traer otra cosecha, y con ella a esos hombres -mano de obra curtida y relativamente barata- que recorren a lo largo del año el periplo de la zafra, los cortes de trigo, el maíz, la yerba mate, la tala del quebracho, la vendimia, los frutales, las juntadas de castor, etc.

Años 1910, 1914 o 1920. No importa demasiado la fecha ni el lugar en que hemos ubicado, en jornada festiva, este retablo de los juegos que alternan con las duras temporadas de trabajo. Durante uno o dos días, en el intervalo que media entre la finalización de la trilla y la partida en los jaulones atiborrados de las segundas o en los sofocantes vagones de carga, los hombres atezados por el sol de la llanura, los hombres sin propiedad (en un país en el que quince familias atesoran millones de hectáreas fértiles), los hombres sin más bienes que los amontonados en la bolsa de arpillera o en la desvencijada valija de cartón asegurada con una soga trampeados por el contratista, el fondero y los vividores de las carpas fulleras, han tratado de limpiarse el fino polvo del bálago y de las aventadoras con el trago de caña áspera con la mujer poseída brevemente con el fantaseo traidor de las "paradas" en el que han dejado parte de sus ganancias.

Retablo de una ilusoria Argentina, trampeada por sus propios contratistas, sus fonderos sus vividores de carpa fullera.

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