Retablo de los juegos infantiles

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Hemos dejado para el final la consideración más extensa y detallada de los juegos infantiles.
El momento elegido para enmarcar este inventario es impreciso: un momento que, para alcanzarlo con nuestra experiencia o con la memoria de nuestros abuelos, puede ubicarse entre los albores del siglo XX y Ios primeros tramos de la década de 1940; descontando, por supuesto, que estos mismos juegos, como ya hemos dicho, tienen en su mayoría un origen remoto, que puede rastrearse desde el neolítico hasta mediados del siglo XVIII -pasando por el Medioevo y el Renacimiento, como momentos de gran densidad lúdica que aportan sus propias formas de juego-, con implicancias genéticas de tipo mágico, religioso o puramente lúdico, y con cunas que varían desde lo popular hasta lo cortesano, así como localizaciones geográficas primarias y líneas de difusión y adaptación sumamente variadas.

El límite señalado por la década del 40, que marca la decadencia de muchas de estas formas de juego infantil, coincide con la afirmación de un doble proceso que tiene evidente impacto en los niños -como Integrantes de la sociedad global-: por un lado, el desarrollo y crecimiento de la Industria del juguete (rama "menor" de la industria de consumo que pasa del nivel artesanal a la complejidad de los juguetes mecánicos y electrónicos de nuestros días), y por otro, la expansión de los medios de comunicación masivos, que comienzan a captar y a orientar en otras direcciones a amplias capas de la infancia urbana. Este límite no indica, por cierto, la caducidad total de estos juegos, que en muchas zonas (inclusive urbanas) se siguen practicando aisladamente como relictos de un tipo de sociedad tradicional, regida por pautas arcaicas, frente a la moderna sociedad de consumo.

También es impreciso el espacio que hemos elegido. Indistintamente -salvando eventuales diferencias de nomenclatura y de técnica- el lector puede ubicarse en un barrio de Buenos Aires, en la ciudad de Córdoba, en Salta, en las afueras de Rosario, en Renca o en cualquiera de los pueblos y ciudades que cubren la denominada "pampa gringa". Apenas puntualizaremos que el atardecer de verano y los patios de la casa familiar o del conventillo, o el trozo de vereda sobre el que los altos paraísos filtran el sol ya manso de la "tardecita", pueden constituir la escenografía sobre la que se monta, en nuestra memoria, el retablo bullicioso de los Juegos infantiles.

Tratemos de recuperar Imaginariamente ese fragmento de nuestra infancia, o de aglutinar en él la suma de múltiples experiencias dispersas en el tiempo y en el espacio, aunque sutilmente vinculadas por el hilo de la emoción lúdica: En el fondo de esa tarde el sol parecía detenido en una espera atemporal, ilustrando escenas arcaicas, que tal vez entreviera muchos siglos atrás -con el mismo o con distinto significado- en un palacio de Micenas, en los arrabales de Tebas, en un jardín de Samarkanda, a orillas del río Amarillo, en la meseta de Anahuac, en las calles de Roma, junto a los muros de Avila, en un conventillo rumoroso y pendenciero del Este londinense... Un grupo de niñas, tomadas de la mano, Iniciaba un juego de ronda y comenzaba a girar rítmicamente, mientras otra, que se habla quedado "afuera", entablaba con ellas el siguiente
diálogo:

- Don Juan de las Casas Blancas.
- ¿Qué dice su Señoría?
- ¿Cuántos panes hay en el horno?
- Veinticinco y un quemado.
- ¿Quién lo quemó?
- Este pícaro ladrón.
- ¡Ahorquenló por traidor!

El grupo se deshacía bulliciosamente al llegar a este punto porque era necesario "ahorcar" al "traidor". Pasado el alboroto la ronda volvía a formarse, pero esta vez la niña, ubicada en el centro cantaba:
Yo soy la viudita
del barrio del Rey,
me quiero casar
y no sé con quién.

Las integrantes de la ronda, sin dejar de girar, le respondían:
Si eres tan bella
y no sabes con quién,
elige a tu gusto
que aquí tienes cien.

La ronda se detenía y la "viudita" procedía a elegir:
Con esta si,
con esta no,
con esta señorita
me caso yo.

La elegida pasaba a hacer de "viudita" en la vuelta siguiente, aunque casi de inmediato, con rara unanimidad, el grupo resolvía Jugar a aquello de:
Buenos días su Señoría,
mantantira lirolá.
¿Qué quería su Señoría?
mantantira lirolá.
Yo quería una de sus hijas...

O bien formaban rueda para contrapuntear con una solista, que alternativamente sacaba a bailar a cada una de sus compañeras:

Solista: Déjenja sola, solita y sola,
que la quiero ver bailar,
saltar y brincar,
andar por los aires
y moverse con mucho donaire.

Coro: Busque compaña, busque compaña,
que la quiero ver bailar,
saltar y brincar,
andar por los aires
y moverse con mucho donaire.

Las niñas descansaban unos minutos, hasta que una de ellas proponía "contar" para determinar quiénes formarían "puente" en el Martín Pescador. Para elegir a la primera se ponían en círculo y contaban, señalando con el dedo o golpeando en el pecho, a cada palabra, a las participantes: "Unía, dosía, tresía, cuartana, / olor de manzana, verdugo la te, / contigo son diez". Para la otra usaban la fórmula "una, dena, trena, cadena, / surquito de vela, velita, velón, / contalas bien que las diez son". Las dos niñas elegidas se ponían, en secreto, un nombre de fruta cada una, y se tomaban de las manos con los brazos en alto, formando un arco o puente. Las restantes, en fila india, pasaban bajo el arco mientras cantaban "Martín Pescador, ¿me dejará pasar?", a lo que respondían las del arco: "Pasará, pasará, pero el último quedará". Al pasar la última, en efecto, las niñas bajaban los brazos y la apresaban entre ellos, formulándole la pregunta: "¿qué fruta te gusta más, pera o manzana?". Según la respuesta, la niña "prisionera" se tomaba de la cintura de la "fruta" elegida o de la última "prisionera", y así hasta formar dos filas (que al terminar el juego podían "cinchar" para dirimir supremacías).
Alguien anunciaba entonces que se jugaría a la paloma, y las niñas se aprestaban para iniciar la nueva ronda:

Estaba la paloma blanca
sentada en un verde limón,
con el pico cortaba la rama,
con la rama cortaba la flor.
Ay, ay, ay, ¿cuándo veré a mi amor?
Ay, ay, ay, ¿cuándo veré a mi amor?

Al llegar a este punto se soltaban y mimaban lo siguiente, en dos filas enfrentadas que sugerían reminiscencias del minué cortesano o de la "firmeza" criolla:

Me arrodillo a los pies de mi amante,
me levanto constante, constante.
(bis)
...............

Darás un paso atrás,
harás la reverencia.
Dame la mano,
dame la otra,
dame un besito
sobre la boca.

Aquí hacían un mohín pudoroso y respondían:

Pero no, pero no, pero no,
porque me da vergüenza.
Pero sí, pero si, pero sí,
porque te quiero a ti.

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