Retablo de los juegos infantiles

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Muchos de los juegos que hemos mencionado y que mencionaremos a continuación, han perdido vigencia y arraigo en el mundo contemporáneo, desplazados por los nuevos entretenimientos y juguetes que se fabrican a escala industrial y se destinan a un mercado infantil científicamente manejado por los organizadores del consumo, hasta el punto de que solo se los recuerda con una vaga melancolía arqueológica -frecuentemente reaccionaria- como "ingenuos" ingredientes del universo de nuestros abuelos. Los niños modernos han perdido, ciertamente, el sabor y la técnica de numerosos juegos, que parecen irremisiblemente condenados a desaparecer al cabo de una existencia fecunda y en muchos casos milenaria, a pesar de su encanto y de su probada efectividad lúdica.

Volvamos los ojos sobre uno de los escasos y transitorios sobrevivientes: dos chicos están sentados sobre el umbral de una puerta; entre ellos, ocho piedritas brillantes, del tamaño de porotos de manteca. Uno de ellos alza las piedritas, las coloca sobre el dorso de la mano derecha y las arroja cdn fuerza hacia arriba. Con rapidez vuelve a girar la mano y las recibe en la palma, sin poder evitar que algunas caigan al suelo.

El chico toma una de las que ha recibido en su mano y la vuelve a arrojar, mientras trata de recuperar las caídas. Consigue alzar dos y gira la mano para recibir en ella la que ya cae; y así varias veces, con velocidad increíble, hasta que falla y debe pasar las piedritas a su compañero.

La escena ocurre en los suburbios de Berisso o Tucumán, pero con características muy similares pudo registrarse dos mil años antes en un caserío de la isla de Creta, o siglos más tarde en una aldea mochica, quizá como parte de un desconocido ritual mágico-agrario. Los chicos juegan al tinenti, o payana, o también pallana, que no es otro que los cantillos españoles, la chapana ecuatoriana o la chinata de la isla de Cuba, y que en nuestro país tiene numerosas variantes, según el jugador emplee cinco en lugar de ocho piedritas, o las levante de a uno, de dos en dos, de tres y una, con golpes de pecho intercalados, con las piedritas a determinada distancia, etc.

El diabolo era un juego de destreza, presumiblemente de origen chino y llevado a Europa en el siglo XVIII por los misioneros católicos. Gozó de gran favor a lo largo del siglo pasado y comienzos del presente, pero en la actualidad prácticamente se lo desconoce.
Consistía en dos varitas de 20 centímetros de largo, unidas en dos de sus puntas por un cordel de largo convencional. El jugador tomaba las varitas en sus manos y colocaba en el centro de la cuerda, que descansaba en tierra, al diabolo propiamente dicho (dos conos unidos por sus vértices). Hecho lo cual comenzaba a impulsarlo, con un movimiento ascendente-descendente de las varitas derecha e izquierda, para que lograse cierta velocidad de rotación. Una vez alcanzada, arrojaba el diabolo hacia lo alto y lo volvía a recoger con el cordel, repitiendo esta operación tantas veces como su destreza se lo permitiese. La pericia en el manejo de los implementos permitía, por supuesto, un número apreciable de variantes y "finezas" acrobáticas, que constituían el punto más alto del arte.

El juego con aros exigía munirse de un gran arco de mimbre y de una o dos varillas para mantener lo vertical e impulsarlo a la carrera ("aro rodante"), o bien para lanzarlo al aire y volver a recogerlo ("aro volante") lo que se realizaba en forma individual o bien por parejas o equipos. Sucedáneos de los aros de mimbre eran las llantas de triciclos o bicicletas, que se impulsaban mediante la ayuda de un troza de alambre, retorcido en uno de sus extremos. Se jugaba también con argollas y arandelas de madera o metal, a ensartarlas en una estaca clavada en tierra o en el cuello de una botella; o con tejos, a introducirlos en un hoyo, a arrimarlos o hacerles traspasar una raya trazada a distancia convencional de los tiradores.

Una forma emparentada con estos juegos, aunque más complicada desde el punto de vista de la utilería que debía emplearse, eran los bolos, en que los jugadores tenían que abatir cierto número de clavas de madera (o boliches") con una bocha del mismo material.

Los chicos más grandes y más fuertes se munían de un rollo de soga y organizaban cinchadas para dirimir la potencia y supremacía de cada equipo. Un poco más tarde, con esa misma soga, las chicas saltaban al ritmo de "sal, aceite, vinagre, picante", aumentando la velocidad de la
comba a cada palabra.

Luego jugaban a la pasadita o al nombre de María: "Al nombre de María (se levanta la soga), que cinco letras tiene (se vuelve a levantar la soga), M, A, R, I, A (se levanta la soga a cada letra) ". Otras preferían el botecito, con la soga moviéndose de derecha a izquierda: "Al botecito que papá compró, / tiene siete velas, una de color: / lunes, martes, miércoles, / jueves, viernes, sábado, / domingo..." (la niña saltaba al mencionar cada día de la semana). O bien la viborita, con la soga culebreando en zig-zag; o la manzanita: "¿Manzanita del Perú, / cuántos años tienes tú? / Todavía no lo sé, / pero pronto lo sabré: / 1, 2, 3, 4, 5... etc." (la "edad" de la manzanita quedaba establecida por el número de saltos que podía realizar la niña, con la cuerda girando en redondo).

Los niños eran notablemente industriosos, y suplían con maña las eventuales cortedades del hogar. Con dos listones de madera o con un par de escobas viejas, algunos clavos y dos travesaños para apoyar los pies, se fabricaban zancos, que exigían gran dominio del equilibrio y servían para pasearse o para correr carreras; y esa misma industriosidad encontraba su cima artesanal en la fabricación de barriletes, tarea que coincidía con la temporada ventosa y que los absorbía por completo.

Para fabricarlos comenzaban por aprovisionarse de cañas, papel de seda de colores, engrudo fabricado con harina, hilo de coser, piolín y trapos viejos. Las cañas, cuidadosamente seleccionadas por su flexibilidad, resistencia y peso, eran cortadas y peladas concienzudamente para formar la estructura del barrilete, unidas con hilo de coser. Luego se cortaba el papel de seda que formaría el plano de sustentación y se lo pegaba sobre la estructura, formando combinaciones de colores y diseños variados.

Con frecuencia, para lograr efectos decorativos o para equilibrar el peso del barrilete, su propietario pegaba sobre la superficie del mismo sus iniciales o algunas estrellas o figuras de papel recortado, que podían ser de papel de seda o de papel glasé. Luego se colocaba (según el tipo de barrilete) los "flecos", "zumbadores" y "tientos", quedando para el final la "cola", que exigía mucha ciencia y se confeccionaba con tiras de género blanco atadas entre sí mediante pequeños nudos. Una vez terminado el barrilete, que podía ser -según su formato- una cometa, una pandorga, una estrella, una bomba, una media bomba o un aguilucho, se lo unía a la madeja de piolín y se salía a efectuar la prueba definitiva o la primera "remontada".

Si la cola no era adecuada o los tientos no estaban simétricamente dispuestos, el barrilete iniciaba una serie de giros y movimientos incontrolables que se llamaban "coleo". La falta de tensión del papel podía ocasionar también algunos inconvenientes, que se subsanaban sobre el terreno mediante expertos retoques. Remontar un barrilete exigía, por cierto, tanta ciencia como fabricarlo bien, pues resultaba indispensable conocer a fondo el comportamiento del viento y a la vez tener conciencia de la resistencia del artefacto y del hilo, frente a ciertas imprevistas variaciones en su dirección e intensidad.

La inexperiencia podía ocasionar una "enganchada" en los árboles vecinos (grandes "devoradores" de barriletes) o la pérdida definitiva del barrilete por un corte imprevisto del piolín. Los peritos, en cambio, se floreaban remontándolos más alto que los demás, remontándolos sin ayudas y sin correr, formando una "comba" limpia y elegante, cortando el hilo de los barriletes vecinos con una hojita de afeitar hábilmente colocada, enviando "mensajes" a lo largo del piolin, etcétera.

La biyarda o billalda exigía también, aunque en menor medida, su dosis de industriosidad. Para jugarla se utilizaban dos palos, uno largo y otro pequeño y aguzado en las puntas. Con el palo mayor se golpeaba Vigorosamente al más pequeño, depositado en tierra, y se lo hacía saltar hasta una altura considerable. Cuando el palo se encontraba en el aire se lo volvía a golpear con fuerza, proyectándolo horizontalmente en una dirección determinada.

Como en el caso de la pelota, la biyarda se interrumpía violentamente -e inclusive se la abandonaba sobre el campo- cuando un estrépito de vidrios rotos o las imprecaciones de algún vecino alcanzado por el desaprensivo palito volador informaba, con su inapelable rotundez, que el jugador había "chingado" la puntería.

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