Retablo de los juegos infantiles

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La escuela, por su parte, le sumó a la pelota del "picado" una serie de nuevas aplicaciones, parcialmente adoptadas fuera de su ámbito específico. Nos referimos a los juegos por equipos como la "guerra" y el "fortín", y a toda la línea de los denominados de pelota "bateada", "quemante", "carrera" "schimbo" "botella" "fuga" "rebote", "cabeceada", "castillo", etc.

A comienzos de siglo algunos fabricantes de cigarrillos (los de Vuelta Abajo, entre otros), pusieron en circulación unas figuritas de papel o cartulina litografiadas en colores, con motivos diversos que acompañaban a los atados y servían como propaganda o como vales para la obtención de premios de diverso carácter.

Más tarde, especialmente en las décadas del 30 y 40, imitaron su ejemplo los fabricantes de golosinas, y se hicieron populares de esta manera las "figuritas" que acompañaban a diversas marcas de chocolatines; pequeños círculos o rectángulos troquelados, con témas bélicos, futbolísticos o educativos, que se coleccionaban en álbumes especiales y que se cambiaban por juguetes en los negocios del barrio.

La aparición de las "figuritas" dio lugar a la creación de una gran variedad de juegos, similares en líneas generales a los que se practicaban con tejos, bolitas y monedas. Una forma típica de estas pequeñas timbas infantiles era la "arrimada", en la que se arrojaban las "figuritas" hacia una pared o línea trazada en el piso y ganaba la que llegaba más cerca. Otra era el "espejito", que consistía en apoyar una "figurita" contra la pared y tratar de voltearla arrojándole otras.

Para el "chupe" se disponían las figuritas en el suelo, con la cara dibujada hacia arriba, y había que darlas vuelta golpeándolas con la palma de la mano. En la "tapadita" el juego consistía en tapar un número determinado de "figuritas" del contrario con las propias, arrojándolas al planeo desde el cordón de la vereda o desde un lugar designado de antemano. Una variante de la "tapadita" era el "puchero", para el cual se trazaba una línea en la pared, a un metro aproximado del suelo, y desde allí se dejaban caer las "figuritas", llevándose todas el que "tapaba" primero. Según la zona o el barrio estos lances se practicaban en forma independiente, o bien se los combinaba: "tapada" con "puchero", por ejemplo, o bien, "arrimada" con "espejito", etc.

En casi todos los casos el ganador se llevaba las "figuritas" del contrario, lo que provocaba un fluido intercambio de bolsillo a bolsillo y los sobresaltos y lloriqueos consiguientes Otra forma de incrementar el propio patrimonio, como ocurría con las bolitas, era el "cambio", que se realizaba trocando las "repetidas" y fijando un valor convencional a las "difíciles" (las que aparecían con menor frecuencia) o a determinados motivos temáticos (los jugadores de un equipo famoso, por ejemplo).

Las peripecias de las "figuritas" dieron origen a dos locuciones de típico sabor popular: "no te hagas la figurita difícil" que se usa para instar a alguien a que abandone sus melindres, rarezas o cavilaciones: y "es una figurita repetida", para significar que alguien ya es muy conocido, o gue aparece con sospechosa frecuencia en determinados círculos o ambientes en ambos casos con evidente intención peyorativa.

En los comercios se vendían también unas planchas de papel ilustración o cartulina abrillantada con figuras troqueladas. Estas estampas, de origen alemán, francés, o inglés, venían impresas a todo color, con motivos florales, escenas pastoriles, siluetas de damas y caballeros, pájaros, ángeles, alegorías, etc., y eran usadas casi exclusivamente por las chicas. Se las colocaba entre las páginas de un libro o cuaderno y había que adivinar "cara" o "ceca". Las figuritas arriesgadas pasaban a poder de la ganadora.

La relativa extratemporalidad de ciertas preferencias infantiles -o lo que podríamos llamar el "tiempo largo" de los juguetes-- surge con claridad de un fragmento del ya citado Mariluz Urquijo, en el que acota que "al lado del tradicional muñeco de trapo de fabricación casera, figuraban otros mas perfeccionados, como aquellos 960 juguetes que, cual un nuevo Rey Mago, trajo de Hamburgo la fragata Los dos Gisbertos en enero de 1799.

En algunas listas de embarques de la época encontramos cañoncitos de bronce de distintos tamaños, soldaditos de estaño, baleros, perinolas de hueso. comoditas de juguete, caballos de palo, una *madama maromera*, cajitas de ratones. figuras de barro y madera para nacimientos e instrumentos musicales corno flautas de palo grandes y chicas, panderetas, tambores de hoja de lata charolada y pequeños tamboretes" (El Virreinato del Río de la Plata en la época del Marqués de Avilés).

En el terreno del juguete moderno solo enumeraremos sucintamente a los soldaditos de plomo, las muñecas, los triciclos, las bicicletas (la primera llegó al Río de la Plata en 1886, traída por Benito Sassenus para su hijo Carlos), los monopatines, los revólveres de cebita, los trencitos a cuerda, los caballitos de madera, los rompecabezas, los tambores, los mecanos, etc., a los que más tarde se sumaron numerosos juguetes a cuerda o pila, hasta llegar a los actuales portentos de la electrónica.

La presencia y el desarrollo de estos juguetes constituye un tema aparte, que debería ser examinado, con estadísticas en la mano, desde el punto de vista de la modernización global de la sociedad, de la estructuración de una auténtica industria, de la imposición de ciertas formas de consumo y del consiguiente desplazamiento de pautas y patrimonios tradicionales, propios de la cultura rural o de la urbana incipiente.

También merecerían capítulo aparte los toboganes, hamacas, "subibajas" y calesitas de plazas y potreros, pero solo nos detendremos por última vez para escuchar la música cristalina y volvedora que muele una calesita que parece pintada por Figari o por Thibon de Libian, y que se recuesta en el baldío de una esquina remota, bajo una amarilla luna de kermesse:

"La milonga se ha perdido
la salieron a buscar,
veinticinco granaderos
y la guardia nacional;
pobrecita, la milonga,
si la llegan a encontrar."

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