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La alusión conocida más antigua tiene, como dijimos, casi cuatro siglos. Se la asigna a Félix de Azara en su relato de una "corrida" realizada en 1610 con motivo de los festejos efectuados en Buenos Aires para la beatificación de San Ignacio de Loyola.
También, por autor desconocido, y por esa misma fecha, se hace mención a una competencia desarrollada, según la crónica, en Salta. Más precisamente en el valle Guachipas. Y según se asegura, los contrincantes eran extraordinarios jinetes: los indios... del lugar, enfrentados con los calchaquÃes. Que, como se sabe, habitaban el valle del que tomaron, el nombre y se los ubicaba, aún, en la parte sur del antiguo Chaco.
Hubo autores extranjeros, hace unos 40 años, que decÃan más o menos asÃ: ". . . también juegan al pato en competentes cuadrillas. Una de éstas -entre Luján y Buenos Aires- llegó hasta el camino real. . . ".
Pero la descripción más completa -para aquella época de iniciación de competencias rudas como los tiempos, los hombres y los animales que participaban- dice asÃ: ". . . Se juntan, para esto, dos cuadrillas de hombres de a caballo y se señalan sitios apartados entre sà como una legua. Luego cosen un cuero con un pato adentro (éste tiene la cabeza afuera), teniendo el referido cuero dos o más asas o manijas, de las que se toman los dos más fuertes de cada cuadrilla en la mitad de los puntos asignados y, metiendo espuelas, tiran fuertemente hasta que el más poderoso se lleva el pato, cayendo al suelo su rival, si no lo abandona. El vencedor echa a correr y los del bando contrario lo siguen y lo rodean hasta tomarlo de alguna de las manijas. Tiran del mismo modo, quedando, al final, vencedora la cuadrilla que llegó más veces al punto señalado".
Evidentemente el relator no entró en mayores detalles de cómo se comportaban los demás jugadores cuando "lo siguen y lo rodean hasta tomarlo de alguna de las manijas"... Pero, conociendo la fortaleza de nuestros caballistas -todos lo eran en grado sumo ya que de otra manera no podÃan participar- y el entusiasmo que las pruebas de competencia de destreza y fuerza. despertaban, nos lo imaginamos...
Y nada le costarÃa a usted, lector, hacer lo mismo. La peligrosidad y los trágicos resultados de estas "corridas" dieron lugar a que, en primer término, las autoridades religiosas y luego las civiles, trataran deponerles fin.
En el año 1796 un auto eclesiástico decÃa en su parte final: ". . . serán castigados como tales y excluidos del Templo, como miembros corrompidos, y segregados del cuerpo MÃstico de la Iglesia, negándose sepultura eclesiástica a aquellos que, por su desgracia, llegaran a fenecer en tan bárbaro juego . . .".
Pero esas medidas no lograron hacer que el juego fuera abandonado. Guillermo Hudson, en su libro El Ombú, en el capÃtulo "Las invasiones inglesas y el juego del pato", hace referencia a la peligrosidad del juego.
En 1822, el gobernador de Buenos Aires, general MartÃn RodrÃguez dicta un decreto, refrendado por su ministro de Gobierno, Bernardino Rivadavia, prohibiendo "absolutamente" el juego del pato, sin perjuicio de las indemnizaciones a que hubiera lugar por los daños que causara.
Sin noticias ciertas por un tiempo, vuelve a ser Guillermo Hudson quien sostiene que fue Juan Manuel de Rosas quien consiguió desterrar su práctica, ya que no se podÃa suavizar las reglas ni evitar las reacciones que los "tantos" y los resultados causaban entre los espectadores, conforme a lo que revelan las medidas que se tomaban y los conceptos que, sobre el mismo, se vertÃan.