Traje de baño

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Desde el siglo XIX, los médicos recomendaron a sus pacientes la conveniencia de tomar baños, tonto en balnearios como en el mar, como remedio a ciertas enfermedades. No solo se veía como remedio de la meningitis sino que se le atribuía efectos beneficiosos para erradicar la depresión, y los males de amor.

Los europeos empezaron a frecuentar de forma masiva las playas, hecho que hizo posible el desarrollo e impulso que tomó el ferrocarril. Pero era necesario crear una prenda específica para este tipo de actividad, entre terapéutica y lúdica: el bañador, ahora en circunstancias permitían gozar de la playa no solo a los ricos sino también al público general. Los trajes de baño siguieron al principio el mismo diseño que los de calle, en lo que se refiere al bañador de señoras. Era un atuendo complicado. Se trataba de un vestido de baño de franela, de corpiño ajustado y cuello alto; Las mangas hasta el codo, y la faldilla hasta las rodillas. Bajo tan severo equipo se vestían los pantalones bombachos, medias negras e incluso zapatillas de lona.

Era claro que aquel traje nada tenia de atractivo ni práctico, y no difería mucho de la antigua costumbre, de meterse en el agua, hombres y mujeres, completamente vestidos. Mediado del siglo XIX, hacia 1855, el periódico londinense The Times dedicaba varias columnas a mediar en la controversia suscitada en torno al escándalo que suponía el traje de baño. Torció en la polémica un tal doctor J. Henry Bennet, quien al regresar de unas vacaciones en Biarritz se mostraba entusiasmado con lo que había visto en aquellas playas, la novedad del traje de baño francés. Escribió: ""amas y caballeros visten trajes de baños con la misma naturalidad que se visten los vestidos de noche para ir a una soirée.

El de las señoras consiste en una especie de calzón de lana, y una blusa de color negro que les baja hasta mas abajo de la rodilla, y se sujeta con un cinturón de cuero. Los caballeros llevan una especie de traje de marinero listado.". A partir de 1880 comenzó a utilizarse la llamada "maquina de baño", artefacto que se deslizaba, con la bañista dentro, provista del llamado capuchón de modestia, hacia el interior del mar mediante una rampa. Dentro de aquel cajón rodante de vestían y desvestían los bañistas. En vísperas de la primera guerra mundial empezó a ponerse de moda el bañador ceñido, de una sola pieza. Tenía mangas, estaba previsto de falda y llegaba hasta las rodillas.

La prenda fue posible gracias a los experimentos textiles del danés Jantzen, apellido que luego se convirtió en sinónimo del bañador elástico por él diseñado y creado. Este bañador daría lugar, ya en 1930, al famoso dos piezas, bañador sin espalda, con tirantes muy delgados. Pero en el terreno de los bañadores, el gran salto se dio pasada la segunda guerra mundial, en 1946. Aquel año, el diseñador francés Louis Réard preparaba en su taller parisino un particular pase de modelos.

Se iba a presentar una novedad absoluta en el mundo del bañador femenino: el bikini. Por aquel tiempo, la prensa bombardeaba permanentemente con noticias realtivas a las pruebas y explosiones nucleares que se realizaban en el atolón del archipiélago de las islas Bikini, en el Pacífico. Réard convocó a su modelo, una bailarina profesional de casino de París, Micheline Bernardini, ya que las modelos profesionales no habían querido presentar prenda tan descocada, y como le preguntara, previo al pase, como podrían llamar a la nueva prenda, la Bernardini contestó sin titubear: "Señor Réard, su bañador va a ser más explosivo que la bomba de Bikini". Réard quedó con aquella ingeniosa salida de su improvisada modelo, y decidió presentar su bañador con aquel nombre que tan popular iba a hacerse poco después.

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