Los Garitos de París

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Un "Duc" de antiquísima familia real amasó más de un millón de francos anuales actuando en tal carácter para un muy dudoso "salón" de los arrabales de Passy. Podía vérsele todas las tardes en el Ritz, el Claridge, o el Crillon, al acecho de alta clientela americana, que en general constituía su negocio más remunerativo.

La sonoridad de su título causaba siempre gran impresión en aquéllos, que poco demoraban en rendirse a su carruaje blasonado, sus convites, y la atención que le dispensaba una servidumbre, sostenida a base de generosas propinas.

Los "rabatteurs" se colectan, por supuesto, entre todas las clases sociales, pero la finalidad que persiguen es común a todos ellos, ya sean nobles y titulados que pasean por el Ritz su limpia prestancia, como golfillos que buscan incautos en las vecindades del "Boulevard des Capucins", para los pequeños antros contiguos a la Plaza de la Opera.

En ninguna parte como en París abunda tanto la variante femenina de dicha gente. Y queda abierta la polémica acerca de cuál de los dos sexos logra mayor éxito en la profesión, pues los hombres se especializan en visitantes sólidos, estables, de mediana edad, mientras que las mujeres encuentran más fácil pescar a los jóvenes sajones o americanos, impresionables y sensitivos, ansiosos de compañía femenina.

Conozco uno de esos garitos, que hacía cuestión de prestigio el no llevar a sus mesas sino a jugadores del sexo débil, y con tal propósito contaba con un grupo re ducido y compacto de "rabatteurs" juveniles y gallardos, que frecuentaban los distintos hoteles en busca de mujeres solitarias y maduras en viaje de compras, en París.

Las víctimas atrapadas por estos jovenzuelos tan atractivos como amorales, llegaban a encontrarse a menudo en dificultades, debido a sus pérdidas en el juego, y sujetas a las más extorsivas formas de chantage.

La Prefectura de Policía de París registraba no menos de cuatrocientos cincuenta garitos ubicados en los arrabales de París, y en más de las tres cuartas partes de ellos, se jugaba con ruletas preparadas y cartas marcadas, sin contar a los "croupiers", que eran maestros de ceremonia en estas prácticas de despojo.

Como ya lo he demostrado, no era difícil que el "croupier" honesto cayera en la tentación, pero los que trabajan en los grandes Casinos son vigilados tan estrechamente como los jugadores, y hasta donde yo sé, ningún "croupier" ha logrado nunca escapar indemne de cualquier combinación dudosa en que haya tomado parte, mientras trabajaba en un Casino de procedimientos claros y correctos. Un solo desliz, y ya no hay apelación. Seguirá el instantáneo despido, el nombre del infractor entrará en la lista negra, y jamás logrará obtener puesto alguno en ningún otro Casino.

Lo que ocurre con la mayoría de ellos es que se vinculan con jugadores fulleros, y dado su conocimiento profundo y experimentado de toda clase de juegos, son muy buscados y valorados por los propietarios de timbas y garitos.

Recuerdo un "croupier" que fue despedido de Monte Carlo por operar en combinación con una banda de fulleros de Casino; colocaba puestas en su lugar, y luego les pagaba jugadas que aquéllos no habían hecho. Tuvo que abandonar el Principado, y pasaron tres años antes de que volviese a verlo. Fue en un aérodromo cerca de Amiens durante la guerra. Era un experto piloto que ostentaba la Cruz de Guerra, mientras yo sólo hacía de observador.

Volví a encontrar a este hombre años más tarde en un café de Montmartre. Le pregunté, entre dos copas, cuál era su profesión y me confió que estaba empleado en uno de los garitos más grandes y equívocos de París.

-¿Por qué no se busca un lugar Ud. también, Paul? -me preguntó.
-¿Por qué habría de hacerlo? -repliqué-. Estoy muy bien colocado en Biarritz.
-Pero la paga, "mon ami". Obtendría Ud. tres veces lo que gana allá, de M. -y citó el nombre del dueño de la timba para la cual trabajaba.
-¿Y quedar marcado como un tahur, ¿eh? -dije-. No, "mon ami"; podré ser un "croupier", pero soy al menos un hombre honesto.
-¡Bah! -replicó-. ¿Qué le importa eso a nadie? Ud. será siempre un solemne tonto.
-Quizá- sonreí, y apurando mi vaso, me levanté.
Dos meses más tarde, fue enviado a la prisión de La Santé, con una condena de cinco años, por operar con una ruleta fraudulenta.

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