Quebrando la Banca

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Persuadido éste de que, sin duda, es preferible cualquier cantidad de dinero contante a todas las reservas de los banqueros, accedió a traspasar su secreto al augusto cliente, quien varios días más tarde, efectuó una visita de incógnito a los salones para ensayarlo. Para pasmo y enojo de Su Majestad, el sistema engrosó las utilidades del Casino en 5.000 luises. Se pregunta uno si el matemático retornó alguna vez a su sillón académico, y qué ocurrió si lo hizo.

Resulta casi divertido observar cómo los fabricantes de sistemas se lanzan sobre los extranjeros para venderles sus procedimientos que harán luego saltar la banca. Alguna de esta gente creen, en verdad, con pertinaz obstinación, en el valor de sus combinaciones, y no ceja en la búsqueda de algún generoso Mecenas que se resuelva a financiarlo, modelando de paso la fortuna de ambos.

Estos viejos optimistas -son invariablemente viejos- merecen en realidad la compasión. Puede Ud. verlos aproximarse a cualquiera, de próspero aspecto, tomarle del brazo, como preámbulo a su susurro prolongado y confidencial. Ni siquiera se precisa escucharlos, pues casi siempre la misma historia, repetida innumerables veces cada noche, durante años, probablemente en todos los Casinos del mundo.

-¿El señor espera ganar? -comienzan.
El interpelado asiente, a tiempo que la voz del otro se torna conspiratoria.
-Yo "puedo" hacerlo ganar, señor -musita. -¿Cómo?
-Poseo un sistema -la voz se vuelve más íntima- el cual nunca ha fallado.

Se detiene. Quizás, después de todo, pueda haber algo en lo que ese hombre dice. La atención crece. Las combinaciones, la ley de los promedios, etc. retorna a la circulación, en un laberinto de números, colores, alusiones a "cheval", plenos, y el resto de la jerga común a todos los centros de juego. El interlocutor está impresionado.
-¿Pero cómo no ha hecho Ud. mismo su fortuna? inquiere con inseguridad.
-¡Ah, señor! -gime el hombre. -Soy un hombre pobre. Un pequeño capital, y la fortuna de los dos está hecha.
-¿Cuánto? -inquiere el solicitado, inquieto, a tiempo que extrae su cartera. Los ojos del tronado se dilatan, y ya tiemblan sus dedos en la impaciencia del dinero.
-Cinco mil francos, Monsieur -susurra, extendiendo la mano trémula. La pareja se encamina hacia la mesa, y mientras el "inventor" se ubica cerca del "croupier", éste, y yo mismo quizás, lanza una mirada irónica en su dirección... Otro carnero que se encamina al matadero. El hombre juega, pierde el dinero, y el Mecenas comienza a increparlo. El hombre abandona la mesa, ya en su bolsillo una de las cinco placas de mil francos que recibiera.

Existen otros muchos tipos de fraguadores de sistemas. Está, por ejemplo, el cumplido caballero necesitado de unos pocos francos, y que recurre al recién llegado, neófito en estos lances. Los "instructores" profesionales en los ritos y misterios del juego son mal mirados por la Dirección y se trata siempre de impedir sus manejos, aunque es muy difícil prohibirles jugar, si han conseguido al cliente fuera del Casino.

Demás está decir que estos promotores exigen una parte sustancial de las ganancias totales, lo que resulta siempre algo exagerado, ya que ellos no arriesgan la menor suma propia en el juego.

Están también, por supuesto, esas legiones de gentes que arrojan irreflexivamente su dinero al tapete, sin poner el más mínimo sentido común en sus jugadas. A veces ni se dan cuenta siquiera de que han ganado, hasta que alguien se aviene a advertírselo.

Me acuerdo de una preciosa inglesa que una vez en Monte Carlo arrojó 18 luises, el máximo permitido a "cheval", y ganó. La banca pagó 17 a 1 los ganadores, debiendo ella cobrar, pues, 306 luises por su puesta. Creyendo que había perdido, la mujer se alejó de la mesa, y habría perdido probablemente la suma, de no haberla advertido un cortés británico a su lado, lo que evitó que los luises fueran a parar al haber de algún otro testigo menos escrupuloso.

Aunque no existe sistema alguno que pueda vencer por entero a la banca hay ciertos procedimientos que previenen al apostador del juego a tontas y a locas, y de las pérdidas desmedidas. De estos últimos es de quienes la banca recoge el grueso de sus ganancias. Si uno apuesta con prudencia, es posible disfrutar del placer de la ruleta, sin riesgo mayor de llegar a la bancarrota.

Como ex-croupier que soy, permítame Ud. que intente indicarle cómo precaverse contra las pérdidas de consideración. Recuerde que no le estoy dando un sistema infalible que puede hacer "saltar la banca", ni cosa que se le asemeje. Sólo ensayo mostrarles cómo jugar con cordura.

El mejor sistema es apostar 1, 2, 3 y 6, lo que significa que solamente debe Ud. apostar una ficha a la vez todo el tiempo que Ud. gane, aumentándola a dos, en cuanto comience a perder. Si la pérdida se repite, aumenta el monto de su apuesta a tres, y si - la suerte le es adversa de nuevo durante tres veces consecutivas, ponga entonces seis placas. Esto puede parecer "chapuceo", pero no lo es en realidad. El resultado de tal sistema de juego es que si gana Ud. al primero o segundo golpe, ha logrado, por así decirlo, una "unidad" que puede meterse en el bolsillo como ganancia, dejando "en juego" su puesta inicial.

Si pierde los primeros dos golpes, y gana en el tercero o cuarto, ha recuperado Ud. sus pérdidas, sin sacar nuevo dinero del bolsillo. Bajo este método comprobará que para que la banca le gane, deberá hacerle perder cuatro golpes, un riesgo bastante reducido en verdad.
Ahora, no vaya a forjarse la idea de que este sistema hará su fortuna. No es así. Lo que hará es proporcionar a Ud. un cierto grado de excitación con un mínimo de riesgo. Lo que cada ficha representa es un asunto puramente personal, ya valga 1, 10, 100 ó 1.000 unidades de cualquier moneda.

Si no entra en sus proyectos concurrir nunca a un Casino, el prudente sistema descrito no será de utilidad, pero si piensa Ud. visitarlos algún día, adóptelo, y lo que es más, manténgalo. Contribuirá a evitar que dilapide Ud. sus propios billetes, y que vayan a engrosar los hondos arcones de los grandes Casinos distribuidos por el mundo.

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