¡Alcohol, Amor y Crimen!

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Nada hay que induzca con mayor fuerza a olvidar el reposo y tranquilidad de la decencia, que el juego.

El alcohol, el sensualismo y otros notorios instigadores al crimen palidecen ante el poder casi omnipotente que posee el juego para llevar a la ruina a hombres y mujeres.

Es extraordinario todo lo que puede llevar a cabo gente en apariencia honesta y respetable, cuando se hallan dominados por la fiebre del juego, o financieramente embarradas e incapaces de contener su pasión por el tapete.

Los "croupiers" deben tener una vista de lince, pues de otra manera pronto serían saqueados a diestra y siniestra. Una de las formas más usuales de juego sucio es, desde luego, la simple de cambiar los puestos apenas se canta el número ganador. Una larga mesa con dos "croupiers", y muchas veces, con varias docenas de jugadores, resulta muy difícil de controlar, y así, con la excusa de cobrar una ganancia, o colocar una apuesta, el jugador deshonesto puede correr su apuesta hacia la cifra premiada.

En Monte Carlo ésto era imposible, porque el reglamento establecía que no podía cambiarse ninguna jugada, ni colocar otras, hasta que la banca hubiese pagado todas las favorecidas.
s otro de los ejemplares que pueden hallarse rondando el paño de todos los Casinos del mundo. Un jugador no se percata de que su jugada ha ganado; deja la puesta, y hasta quizás abandona la mesa. Supongamos que la jugada vuelve a darse, aumentando el remanente. Surge entonces la mano ratera que se alzará probablemente con las fichas, sin que nadie pueda reclamarle la posesión de esa ganancia ilícita.

He presenciado infinidad de estos casos, y las luchas que entre el bien y el mal sostenían en su interior honestísimas personas. Puede Ud. leerlo en sus rostros: ojean furtivamente en su derredor, y al "croupier". ¿Notarán algo? ¿Será seguro...? Se resuelven al fin, y con aire despreocupado levantan las fichas abandonadas sobre algún número del paño verde. Es, por supuesto, mi deber de "croupier" detener esa mano con mi rastrillo, y murmurar con discreción:

-Hay un peequeño error, Monsieur, esa jugada es de una señora que se acaba de retirar, pero que regresará, sin duda, enseguida.
El ladronzuelo retira su mano como si la hubiera picado una avispa, y bajo las miradas recelosas de los jugadores, abandona con discreción la mesa a la primera oportunidad. Suele ser éste el jugador honesto, algo desmoralizado por la fascinación y el vértigo del
ambiente. Hay otros, desde luego, que son avezados profesionales del delito, a quienes resulta muy difícil descubrir.

Estos ladrones no muestran conciencia alguna, al apoderarse de fichas ajenas, y si son sorprendidos se niegan a devolverlas, alegando rotundamente que les pertenecen. Algunas veces sostienen que son amigos del poseedor legítimo, y si no puede hallarse a éste en el Casino, es imprudente y poco seguro proseguir la disputa con el granuja, quien se aleja riéndose para sus adentros, del buen éxito de su golpe.

Me viene a la mente un hombre de esa clase, el que con tanta frecuencia perjudicaba así al Casino de Le Touquet, que fue necesario tenderle una celada, y lograr de esta manera un pretexto legítimo para impedirle la entrada. En complicidad con una mujercita muy agraciada, nuestro hombre se cercioraba bien de que el primitivo dueño de una jugada abandonada, y sus ganancias posteriores acumuladas, había abandonado el Casino.

Un día una puesta con los beneficios que fueron sucesivamente reforzándose, hasta llegar a más de quinientos luises, fue abandonada expresamente sobre una mesa, por alguien. El ratero reclamó su posesión, y comenzó la disputa de siempre con el "croupier". En ese momento apareció el verdadero dueño de las fichas, quien desmintió la historia del otro acerca de una supuesta "amistad" entre ambos. Todo lo ocurrido fue que había ido a reanimarse con una copa de champaña y un sandwich de "foie-gras"... El sujeto, y su linda compañera, fueron conminados a abandonar el Casino, y no se les volvió a ver desde entonces.

Otro método para despojar de sus ganancias al prójimo, y que prevaleció mucho en Monte Carlo, fue el empleado por ciertos fulleros que no se atrevían a acercarse a la mesa ellos mismos. Algunos jugadores son muy supersticiosos, y después de colocar su apuesta, la abandonan de propósito, alejándose para regresar al cabo de cinco o diez minutos para saber el resultado. Es este un proceder frecuente entre quienes jugan sobre series, tales como el "pleno transversal", que abarca tres números, cualquiera de los cuales aumenta la jugada en la proporción de 11 a 1.

Es entonces cuando el ladrón que acecha a uno de estos apostadores que se apartan, sigue la jugada, y si ella crece en ausencia de su poseedor, se dirige confidencialmente a cualquier concurrente, musitando:

-Le ruego a Ud. quiera recogerme la puesta, que está sobre el "pleno transversal" del 0, 2 y 3, con su ganancia. Mi suegro está por llegar, y si ve que yo juego, me hará una verdadera escena. El juego obliga: recoge él otro las fichas de la mesa, y las desliza subrepticiamente en las manos pecadoras del ??hijo político?, quien parte velozmente. Cuando el dueño legítimo retorna, ya no hay rastros de nada. ¡El pillete ha burlado a un jugador desprevenido y honesto!

Otra chicana empleada muy frecuentemente con éxito es la que se conoce por "la mano oculta". En Monte Carlo no solía emplearse, pues se dispone allí del sistema más completo y hábil de policía secreta que haya tenido nunca un Casino. ¡Y a fe que era necesario!

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