Bajo las Luces Artificiales

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No la ví en unos cuantos días, hasta que su presencia volvió a conmoverme, sentada en uno de los ángulos, mezquinamente vestida, y con el aspecto de alguien que no ha comido y dormido por varios días, A su lado estaba un niño de unos seis años.

Decidido a tratar de ayudarla, me aproximé a su lado, inquiriendo acerca de su aspecto enfermizo. Me respondió que había perdido casi sus últimas reservas en el Casino, y que se hallaba prácticamente arruinada. El niño era todo lo que restaba en su viudez.

Le pedí que cenara conmigo, y después de una buena comida, y una botella de Chianti, la mujer se reanimó un tanto. Refirióme entonces que si podía regresar a Inglaterra, estaría en condiciones de conseguir dinero de su familia, y pagar así el que le prestase. La única dificultad era el pequeñuelo. Por ese tiempo, yo mismo atravesaba también por dificultades financieras.

Para abreviar la historia, diré que proporcioné a "la dama de la rosa" el importe de su viaje a Londres, y accedí a guardar al niño, su hijo, como "prenda" por el préstamo. Una semana después recibí el dinero, y en cantidad suficiente como para despachar al niño en compañía de dos Hermanas de Caridad que se dirigían a Inglaterra. Ha sido esa la única ocasión en que hice de prestamista.

En Biarritz trabé relación, durante la temporada, con un hombre que, años más tarde, iba a ser la principal figura en un sensacional caso de asesinato ventilado en las Cortes de Gran Bretaña: Jean Pierre Vaquier. Era Vaquier un jugador inveterado, y siendo dueño de un espíritu matemático, comenzó un estudio metódico del juego con la finalidad de hacer quebrar -matemáticamente o mecánicamente- a la banca. Una hermana mía, que lo conociera en una fiesta, me lo presentó en un café de Biarritz. Conociendo mi profesión de "croupier", el francés inició enseguida una discusión de juego conmigo. La amistad prosiguió, y así un buen día comenzó a ser más confidente y a confiarme lo que seguramente ha sido el más ingenioso proyecto para defraudar a la ruleta de cualquier Casino, que haya sido concebido jamás por la mente del hombre.

El plan de Vaquier consistía, en su esencia, en controlar el funcionamiento de la rueda de la ruleta, por medio del magnetismo inalámbrico. Sus argumentos descansaban en que si el croupier podía sólo conectar un instrumento, él manejaría secretamente el eje de la rueda de la ruleta, a través de un dispositivo inalámbrico en miniatura, desde su propio bolsillo, en cualquier parte en que se encontrase en el Casino. Era, por cierto, una idea ingeniosísima -de ser practicable- de lo cual yo no tenía el menor convencimiento. La clave del asunto, era según los planes de Vaquier, lograr la complicidad del croupier. Desde luego, era yo el hombre, sólo que no me hallaba en absoluto dispuesto para participar en una estafa semejante, así fuera ella practicable, lo que tampoco creía.

Si Vaquier puso o no en práctica su invento, nada pude saber, pero estoy seguro que no realizó sus esperanzas de reunir una fortuna, con tal método.

Los maridos que permiten a su mujer visitar solas las salas de juego, están provocándose toda clase de dificultades. La semilla de centenares de divorcios florece junto a las brillantes luces de esos salones e incontables hogares y reputaciones se han derrumbado merced a la bolilla de marfil, y el rastrillo del banquero. Como ya he dicho, una mujer ignora siempre lo que pierde hasta que no le queda un céntimo, y en tales casos abundan los que no vacilan en reparar el desastre, por ciertos "quid pro quo".

Recuerdo a una casada que perdió algo así como unos diez mil francos en Evian-les-Bains. A tiempo que apartaba yo su última ficha de mil francos un obeso griego a su lado, le introdujo en el bolso una cantidad de billetes de banco. Antes de que ella pudiese tocarlos, un inglés contiguo a su asiento, -un baronet- deportista famoso, tomó los billetes y volvió con mirada amenazante, a colocarlos en las manos del griego, mientras lo asía del brazo para conducirlo, muy a pesar del otro, fuera de la sala. Una vez allí el Baronet administró al necio seductor la más grande paliza que éste, de seguro, recibió en toda su vida. Quiero agregar que el inglés había sido compañero de estudios del marido de la imprudente mujer, aunque ésta no le conocía directamente.

En otra ocasión una rusa -embravecida de súbito por sus reveses en el tapete- extrajo una navaja, y comenzó a hacer maniobras peligrosas. Fue pronto reducida, pero no antes de dar varios puntazos a sus vecinos. Estos son los asombrosos efectos del juego.

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