La Mujer de los Ojos de Serpiente

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Si alguna vez se le antojó a Ud. presenciar el espectáculo de todos los excesos, y todas las inmoralidades, ver la promiscuidad de la riqueza con la más extremada sensualidad, debió Ud. haber pasado unas pocas semanas en ese siniestro lugar del Mediterráneo que se designa con el nombre de Costa Azul.

Mis ojos han contemplado allí, orgías que harían ruborizar a un salvaje. He visto a princesas reales entregarse a excesos llevados por el alcohol, con los sátiros de peor fama en el mundo. En cierta ocasión una dama inglesa de la nobleza fue vista vagando desnµda, a medianoche, por la terraza del Casino de Montecarlo; y no hace muchos años, en Deauville, que un famoso millonario americano dió un "party" en su yate, en el que todos los vestidos fueron excluidos, y el que concluyó en un baño general todas cuyos participantes lo fueran en la condición de Adán y Eva.

En una oportunidad se me pidió que actuara como "croupier" en una partida de juego privada que iba a celebrarse en la villa de un millonario español, pero que había hecho su enorme fortuna en Cuba. La noche convenida, logré obtener licencia en el Casino, para ganarme los muy tentadores honorarios que el potentado me ofrecía para hacerme cargo del manejo de la ruleta en su casa... Llegué poco antes de medianoche, y procedí a organizar las costosas instalaciones que para jugar poseía el propietario. Pronto comenzaron a llegar los invitados del Casino, y de otros clubs elegantes, y reparé que no había sino hombres entre ellos.

Se sirvió un exquisito "souper" en el comedor, uno de cuyos detalles fue la repentina aparición desde una enorme canasta de flores que se hallaba en el centro de la mesa, de una mujer muy joven y hermosísima, que, aunque cubierto el rostro con un antifaz, estaba completamente desnuda.

Esto no es una fantasía, y muchos de los que me leen recordarán la sensación que el episodio causó en el Principado. La muchacha comenzó a bailar en medio de la mesa, sin que sus alados pies rozaran siquiera uno solo de los cristales y adornos que allí estaban. Al concluir, volvió a introducirse entre las flores y desapareció. Terminado el festín penetraron todos en la sala de juego, y en la que yo me hacía cargo de la dirección. La atmósfera pronto se animó, y las apuestas comenzaron a ser más y más altas. De golpe, mi larga experiencia en el manejo de las ruletas me advirtió que la que estaba en ese momento manipulando no funcionaba en una forma normal. El número 9 había aparecido con demasiada frecuencia, de acuerdo a la ley de los promedios, y el detalle de que el dueño de casa jugara de continuo a "cheval" sobre ese número, aumentó mis sospechas.

Tenía la convicción de que eÍ juego no era correcto, y hasta la mirada del millonario parecía demasiado tranquila para que fuera sincera y natural. Estaba yo realmente en un aprieto. Había aceptado la paga del hombre, y era por lo tanto en cierto sentido su empleado esa noche, pero no tenía en verdad el deseo más mínimo de ser su cómplice en una partida a la mala. He pasado la mayor parte de mi vida en las salas de juego, pero jamás me permití a mí mismo asistir o ayudar en un juego fraudulento.

Repentinamente el huésped se puso de pie -indicándome que detuviera la bola- y sorbiendo su copa de champaña, observó a los invitados, todos, quien más quien menos, "non campos mentis".

-Estoy aburrido de jugar por dinero -dijo-. Todos nosotros somos hombres ricos, y no divierte mucho jugar por lo que nadie necesita. ¿Qué les parece otra forma de riesgo?
-¿Qué quieres decir? -inquirió alguien a su lado-. ¿Qué otra forma de riesgo puede existir?

Por un instante lo miró misteriosamente, a tiempo que todas las luces de la estancia se apagaron misteriosamente, tras su figura, comunicando a su rostro una expresión extraña y siniestra. Chocó las manos, y al ruido, una gran cortina negra se corrió, a sus espaldas, y apareció ante los ojos atónitos, sobre un pedestal, y alumbrada por una luz rojiza la joven que había danzado durante la comida.

Por unos instantes reinó un tenso silencio en el salón, mientras los hombres examinaban, el aliento retenido, a la nacarada aparición tras las cortinas.

-¡Caballeros! -musitó el cubano con una voz velada y penetrante- ¡He ahí una apuesta digna de todos nosotros!...

La sugestión fue acogida con un estremecimiento febril entre los presentes. Un hombre prendió su cigarro con dedos temblorosos, otro carraspeó nerviosamente, un tercero emitió un silbido significativo...

-Bien -interrogó el millonario cubano-. Lance Ud. la rueda, Monsieur le Croupier -exclamó alguien muy cerca mío.

Miré al cubano. Asentía él, y como yo permaneciera irresoluto, dijo con frialdad:
-Que el juego prosiga.

Con un estremecimiento tiré la bollilla, y una vez que las apuestas concluyeron, el cubano comenzó a explicar las condiciones de ese juego pagano.

-Apuestas a "cheval" solamente -expresó-. Yo colocaré mi número en un sobre sellado, y se lo entregaré a Mademoiselle. Y el juego proseguirá hasta que el número que ella tenga salga, y entonces... el feliz ganador... Pero no se aceptan apuestas menores de 10.000 francos ¿comprenden?...

Descifré el diabólico plan al instante. La mujer estaba aliada con el cubano, que era en realidad un habilísimo fullero. Habían contratado mis servicios, pues conocido mi prestigio de incorruptible empleado del Casino, eso serviría de carnada y pantalla a la vez; la ruleta ya preparada, llevaría la bola al número que él entregara a la muchacha, la que demoraría todo lo posible decirlo, hasta que la "banca" estuviera bien cargada de apuestas.

El cubano recogería sus ganancias, tomaría a la mujer, entre las felicitaciones de los invitados, y allí concluiría el asunto.

Mientras giraba la bolilla, y el juego proseguía, mi cerebro trabajaba febrilmente. Golpe tras golpe, fallaba la ruleta en consagrar el número que la mujer tenía. Una hora transcurrió así, con las jugadas "in crescendo", mientras otros se retiraban desesperados, en búsqueda de más dinero.

De repente se dió el 7, y la muchacha exclamó que ese era el número que eligiera. Se hizo de nuevo un silencio nervioso, mientras los contertulios se miraban, y observaban la mesa para saber quién había ganado.

-¡Yo gané! -dijo entonces el cubano con voz calma-. Las felicitaciones de los demás no se dejaron de oír por parte de los desprevenidos, aunque caballerescos invitados...

-Con esto cerramos la sesión por esta noche -agregó el "millonario" dirigiéndose a la mujer, y trayéndola hacia la mesa.

-¡Oh, no, Monsieur! -dije con firmeza-. El juego recién ahora comienza. ¡Señores! -agregué dirigiéndome a los presentes- esta ruleta está "balanceada", y compuesta. ¡Todos Uds. han sido víctimas de una estafa!
-¡Mientes... tú... felón! -aulló el cubano.
-No, no miente -exclamó uno de los invitados-. Soy un agente de la Policía Secreta Francesa, y tengo una orden de arresto para el dueño de ésta casa, y su linda cómplice por haber estafado al Casino de Le Touquet. Los he estado vigilando durante meses, y ahora los he pescado con las manos en la masa.

Estupefacto, miraba yo a quien hablaba -un hombre alto, en impecable traje de etiqueta-. Silbó éste, y los dos amplios ventanales se abrieron para dar paso a tres gendarmes, que sin resistencia, esposaron a los dos acusados. Y así terminó la historia.

El dinero apostado fue devuelto a sus dueños, y al día siguiente recibí yo un cheque por 10.000 francos, de una delegación de éstos, por descubrir la estafa de que habían sido víctimas. No añadiré las felicitaciones efusivas que recibí del Casino.

En cuanto al cubano, y su linda compañera, que era en realidad su esposa, fueron expulsados del Principado de Mónaco, y llevados a Francia, y jamás volví a saber de ellos. Fue, de todos modos, uno de los planes más ingeniosos que he conocido durante mi larga estada en la Rivera; pero existe, quizá, otro mejor aún, y que más adelante les referiré.

En realidad, no existía en el mundo entero otro sitio que reuniera una jerarquía tal de criminales como la Costa Azul, durante la "season", a pesar de que en ella actuaba también un sistema de Policía capaz como pocos, pero que era impotente para capturar a todos los pájaros de cuenta que desplegaban sus habilidades dentro de la ciudad contigua al azul Mediterráneo.

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