Cannes, la ciudad de color de púrpura.

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A raíz de esa tentativa, el Casino de Cannes instaló un sistema auxiliar independiente de alumbrado, el que ha sido adoptado por otros Casinos, de modo que si la luz se interrumpe de improviso, el otro sistema entra en acción de manera automática, mientras el cuerpo de detectives hace otro tanto para proteger el dinero de manos profanas.

Un "raid" parecido, y que estuvo muy cerca de realizarse en Monte Carlo ocurrió cuando un pistolero de Chicago fletó un gran yate, al que dotó de una tripulación formada por los más granado del bajo fondo desde aquella ciudad hasta Nueva York, y enfiló hacia Europa con el plausible propósito de saquear a Monte Carlo. El yate arribó un día en la bahía de Mónaco, y la banda se aprestó a lanzar su colosal golpe, el que de haber tenido éxito les hubiese dado un botín de más de medio millón de libras esterlinas, convirtiéndoles probablemente, en la más poderosa sociedad criminal del mundo.

Después del frustrado intento en Cannes, que acabo de referirles, la banda americana había planeado volar las macizas instalaciones del Casino de Monte Carlo, y alzarse en todos los recursos de la banca, cuantiosos por cierto, ya que era costumbre mantener allí en reserva grandes cantidades de dinero, en previsión de cualquier apremio transitorio.

A bordo del yate había el más moderno y poderoso de los aparatos para volar edificios, y los planes de los foragidos, sometidos a un estudio cuidadoso, parecían infalibles. Pero en este caso, como en el otro una mujer estropeó la labor de meses, y echó por tierra lo que
quizás haya sido el golpe más grande que concibiera jamás el cerebro de un criminal.

El jefe de éstos estaba enamorado de una linda nativa de Mónaco, tan pizpireta como liviana de cascos. Un buen día la convirtió en su querida, y la llevó al yate. La chica oyó más de lo conveniente acerca de los proyectos de la banda, y pensando que era más seguro para ella ponerse bajo la protección de la policía, que a la sombra de un pistolero, se fue a lá Jefatura de Seguridad de Mónaco, y refirió cuanto sabía.

Antes de que la policía pudiera ponerse en acción, uno de los miembros de la gavilla que vió a la muchacha penetrar en el edificio, corrió al yate, y antes de media hora había enfilado mar afuera, sin demorarse a solicitar el permiso portuario.

Lo que se hizo del yate, y sus tripulantes nadie lo sabe. Varias lanchas fueron enviadas en su búsqueda, aunque sin resultado; lo probable es que el jefe, viendo descubierta la conspiración, y los consiguientes peligros que los amenazaban, optara por dirigir la embarcación hacia la costa africana, para de allí retornar a la civilización por alguna ruta poco conocida. De cualquier forma que sea, la pequeña monaquense con su intervención había salvado al Casino, y éste se hizo presente con un ídem de 10.000 francos que le envió la Administración.

A lo largo de mi carrera de "croupier", rice en recuerdos y experiencias, se asientan algunos episodios y personajes sobresalientes por más de un concepto, y que constituyen como jalones de mi propia vida. Uno de esos personajes fue Rodolfo Valentino, el famoso astro del lienzo mudo, a quien siempre recordaré como uno de los seres más originales y destacados que conociera.

Lo vi por primera vez en Cannes durante una de sus escasas visitas a Europa, y parecía también allí, un elegido de los dioses. Un incidente que acaeció a poco de su llegada, subrayó que esa figura de extraña atracción era realmente todo un hombre.

Tenía pasión por el juego, y de no haber sido ya inmensamente rico, quizá se hubiera arruinado con sus pérdidas en el paño verde. Pero todo lo tomaba con maravillosa sangre fría. Cierta noche una mujer que lo rondaba de continuo, echóle repentinamente los brazos alrededor del cuello, y lo besó. Era a no dudarlo, un momento embarazoso; durante unos segundos el astro pareció perplejo; luego sonriente, tomó la mano de la mujer y se inclinó a besarla. Fue un gesto cortés y caballeresco, que despejó la tensión del ambiente.

Pasaron algunos días, hasta que, para nuestro asombro y estupor, nos enteramos de que alguien había irrumpido en el dormitorio de Valentino... Pensando sin duda éste, que era un ladrón, se había tirado del lecho y derribado al intruso. Imaginad su sorpresa cuan
do descubrió que el visitante era... una mujer; la misma de aquella noche en el Casino.

El "affaire" no quedó allí, por supuesto, y la dama siguió persiguiendo al galán con flores, regalos y lánguidas miradas en público. Tal insistencia comenzó a alterar los nervios de Valentino, y a hacerle buscar alguna manera de librarse de aquella mujer, tan perdida de sus encantos. Concertó con ella una entrevista a solas, y le expresó sin rodeos lo absurdo de la situación creada. Sólo obtuvo ser testigo de un gran ataque de nervios...

Esa noche en el restaurant del Hotel Metropole, la mujer insistió en sus pretensiones, ubicándose en una mesa contigua a la del astro, sin quitarle la vista de encima.

-No quisiera que ella me mirase así -dijo a uno de sus acompañantes-. Me parece que...

No terminó su frase, sino que levantándose del asiento, se precipitó a la mesa de aquélla. Con la agilidad de un tigre cubrió la distancia, y arrebató la copa de champaña que la mujer llevaba a los labios...

Tomándola luego con firmeza del brazo, la condujo afuera en medio del asombro general.

Pocos minutos después retornaba, y entonces nos explicó su conducta.

-Me pareció ver que ella vertía algo en su vaso -dijo con sencillez- y no me creo digno de que ninguna mujer intente suicidarse por mí. Eso es todo

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