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No pasa de ser un mito la creencia de que en los sitios donde el dinero es Dios y urgencia, pueden hallarse diversos métodos y maneras para que los que quedaron sin blanca frente al tapete, encuentren la manera de recuperarse a sà mismos y a sus pérdidas, en una nueva tentativa.
Los usureros y prestamistas que infectaban lugares como Monte Carlo, Niza y otros centros similares de Europa, contribuÃan, en verdad, a reconfortar el corazón de numerosos sujetos en bancarrota, ansiosos de enconrar una "revancha".
Tuve ocasión de conocer a uno de los más poderosos usureros de Monte Carlo, con quien solÃa beber una "menthe", y fumar un cigarrillo, en el Café de ParÃs, frente al Casino. El viejo "Isaac" poseÃa un buen repertorio de anécdotas que lo entretenÃa a uno durante horas, acerca de los sujetos de averÃa que visitaron su negocio, durante más de 20 años en que él dirigió las operaciones de préstamos en el Balneario.
-¿Cuál fue el cliente más raro que Ud. recibió en su carrera? -le pregunté una tarde.
-Es una respuesta difÃcil -respondió Isaac- Nunca supe su nombre verdadero... pues he tenido cientos de solicitantes excéntricos en mi casa... Sin embargo, un dÃa, hace ya muchos años, vino a verme una mujer y colocando frente a mà un bebé de pocos meses, me preguntó qué podÃa prestarle sobre él! Pensé al momento que no estaba en sus cabales, mientras le respondÃa que no aceptaba garantÃas de tal dote...
-Pero señor -replicó- estoy sin recursos, y tengo que regresar a Inglaterra, ¿no quiere Ud. facilitarme para colocar a mi niño en seguridad?
Divertido de situación tan paradógica, consulté a mi mujer quien pareció dispuesta a encargarse de la criatura.
En esa confianza adelanté a la mujer diez mil francos para volver a su paÃs, y obtener los recursos necesarios, según ella contaba. Asà transcurrió una semana, luego una quincena, y finalmente un mes, sin recibir la menor noticia de la viajera. Comencé a tener mis aprehensiones, y consulté a la policÃa el asunto. Un oficial vino a mi casa, y después de examinar al niño, se fue con aire misterioso. Al dÃa siguiente volvió con una mujer que comenzó a asegurar que el bebé era suyo, y que habÃa sido secuestrado. Me sentÃa yo muy dispuesto a traspasárselo, pese a la pena que daba perder para siempre mis diez mil francos. La otra habÃa, por supuesto, robado al chico, e inventó luego la historia para sacarme el dinero. Era ¿para qué negarlo? un ardid muy hábil, y desde entonces me compadezco de las madres, menos que de persona alguna".
Isaac proseguÃa con sus recuerdos, mientras bebÃa una copa, y asÃ, me refirió unas cuantas cosas curiosas acerca de los objetos que a veces le ofrecÃa la gente en garantÃa por los préstamos que solicitaba.
-Hubo una mujer -murmuró- que entró a mi oficina con aire enigmático solicitando una entrevista confidencial. Al abrir su bolso, extrajo una toalla que contenÃa un pequeño montón de hermosos rubÃes color sangre.
-¿Qué me da por ésto? -inquirió.
Las observé detenidamente. Eran unas piedras bellÃsimas, y debÃan valer bastante más de cien mil francos cada una. En realidad, no habÃa visto yo rubÃes mejores en mi vida.
Observé con disimulo a la mujer, reparé en su extrema nerviosidad, y entonces una sospecha me invadió acerca de la honestidad de su conducta.
-Son joyas muy valiosas -dije- pero no puedo darle hoy una respuesta; si las deja en mi poder hasta mañana, podré valorarlas, y pagarle un precio equitativo.
La mujer dudó unos instantes, y luego accedió al pedido hasta la mañana siguiente. Apenas salió tomé el teléfono, y pedà a la "Surete" que viniera a examinar las gemas. El detective que enviaron, después de examinarlas cuidadosamente, declaró también que eran las piedras más maravillosas que jamás viera, pero no recordaba que pudiesen haber sido robadas. Con todo, la duda no se apartaba de mi mente. Volvà a examinar los rubÃes, esta vez con un detenimiento mayor; con estupefacción descubrà que eran falsos, pese a cuanto los observara la vez anterior. Llamé a un experto, quien me confirmó que se trataba de una imitación habilÃsima. El misterio parecÃa aumentar, pues yo estaba plenamente convencido de que los rubÃes que và extraer de su cartera a la mujer eran legÃtimos. Volvà a lllamar a la "Surete", la que me envió a un oficial. Permaneció éste silencioso unos instantes, después de mi relato, y luego dijo:
-Estaré mañana aquà con un ayudante, cuando regrese esa mujer, y entonces veremos...
A la mañana siguiente, a las once y media, llegó la dama en compañÃa de un hombre, y me inquirió acerca de mi decisión con respecto a las piedras.
-Puedo ofrecerle cinco mil francos -dije, conciente de lo ridÃculo de la suma.
-Usted bromea, Sr. -respondió ella, y ante mi insistencia, pidióme la devolución de las joyas. Las saqué de la caja de seguridad y se las entregué. Comenzó a contarlas mientras las ponÃa en el bolso; de golpe, su compañero cogió una y la examinó con detención.
-Hay algún error aquà -dijo- esta piedra es falsa - y comenzó a revisar las otras...
-Estos no son los rubÃes que Madame les entregó ayer, caballero, exclamó finalmente.
-Puedo asegurarle que sà -repliqué. Reparé entonces que el detective en la habitación de al lado, se dirigÃa al teléfono.
-Ud. ha substituÃdo una imitación por las piedras legÃtimas -murmuró el hombre con insolencia- y si no las devuelve, tendré que dar aviso a la Polica.