Reinas y Ruletas

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Uno de los inspectores la susurró, tomándola de un brazo:
-¡Madame ignora seguramente la identidad de la señora a quien ha insultado!
-No me importa quien es. Ha robado mi apuesta.
-La dama a la que Ud. acusa de robo es Su Majestad la Reina Margarita de Italia -respondió el jefe de los inspectores.

Durante unos instantes la mujer vaciló, próxima al desmayo, mientras explicaba al marido, que acababa de llegar, el cariz del asunto.
-Hetty -dijo él- creo que es conveniente que vayas a dar excusas a Su Majestad...

Con semblante lloroso se acercó ésta a la soberana, arrodillándose casi para solicitar la real indulgencia...

Durante todo el episodio conservó la Reina una calma perfecta, y no la varió entonces al contemplar con una sonrisa a la figura inclinada, y decir:
-Se equivoca Ud., y no creo que haya motivo alguno para que deba yo perdonarla...

Era un gesto real, y hubo la mujer de retirarse cubierta por el bochorno de su desgraciado "faux pas". El juego se reanudó, y todo el mundo olvidó el incidente, aunque nadie escatimó una mirada de admiración a la soberana, que con tacto tan admirable sorteó la aspereza de una situación semejante.

Recuerdo también otro incidente más bien patético que le acaeció a otra soberana: la reina Elizabeth de Bélgica, durante una velada en el Casino de Le Touquet. Acababa de entrar a la sala y se la conducía al sitio reservado en una de las mesas, cuando una mujer alta y enjuta se arrojó a sus pies y cubrió de besos una de sus manos. Obligándola suavemente a levantarse inquirió la princesa el por qué de ese proceder.

-Majestad, mi hijo murió en la guerra -explicó aquélla- y se me dijo que Vuestra Majestad lo acornpañaba y que su muerte fue honrada con vuestra presencia -la frase se truncó en un sollozo.

Inquirió con delicadeza la reina el nombre y el hospital donde falleciera el hijo de esa anciana señora, y quedó esclarecido que Su Majestad había servido durante cierto tiempo como enfermera en el mismo. Tomando a la mujer por el brazo, la reina la condujo a un sofá, y olvidada ya de su intención de jugar, inició con ella una conversaciónn tierna y rememorativa. Antes de separarse se aproximó a la dama, e inclinándose besó la princesa aquella mejilla marchita.

Fue una bella acción, desacostumbrada y cristalina en el ambiente corrompido y banal del Casino, que conmovió hasta a la propia Elizabeth de Bélgica, pues se retiró ésta sin acercarse a las mesas como había sido su intención inicial.

No ocurrió empero igual cosa con la anciana dama, quien seguramente para distraer su dolor se ubicó en mi mesa y comenzó a derrochar a manos llenas la gran fortuna que le dejara su esposo... Perdía desde luego, y al par que la Mistinguette, la famosa estrella, que jugaba al otro extremo del mismo tapete.

Meses más tarde llegó al Casino una nueva reina, Su Majestad María de Yugoeslavia. Era, en verdad, una de las más bellas princesas de Europa, y su entrada al Casino originó un auténtico revuelo. No la acompañaba su real consorte, y esa circunstancia recordaba a la gente las épocas anteriores a su enlace, cuando era la fascinadora María de Rumania...

El casamiento con el rey Alejandro de Yugoeslavia fue uno de los pocos romances de amor que aparecieron en la realeza brillante y turbulenta de aquellos años.

No olvidaré una noche en que entró al salón repentinamente el Príncipe Carol de Rumania, hermano del príncipe Nicolás, que se hallaba en ese momento jugando en la mesa principal... Una oleada de excitación sacudió al público. Carol estaba desterrado de Rumania, y lo acompañaba en ese instante la famosa Madame Lupescu. Durante unos segundos, los hermanos se miraron... para sonreir luego, y darse un abrazo vigoroso y fraternal.

No era muy protocolar, pero ¿qué quiere Ud.? La sangre es más densa que el agua...

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