Picaros y Criminales

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Francés por nacimiento, se confería a sí mismo el título de Pashá, y una de sus diversiones favoritas era pasar como un magnate oriental, para lo cual resultaba imprescindible el harén, al que esmeraba en surtir ampliamente con mujeres jóvenes y bellas, y en el que solían celebrarse espectáculos y orgías que sobrepasan cualquier descripción.

Trató Bolo de obtener mi amistad, y una noche me invitó a cenar en su departamento. La curiosidad me llevó a aceptar, y así, una noche llegué correctamente vestido de fac. Bolo en persona salió a recibirme ataviado con una amplia "robe" de seda, la cabeza cubierta por un fez, y fumando tras la larga boquilla, un cigarrillo perfumado.

La cena fue de estilo oriental, y se bebió en abundancia del mejor champaña. Al concluir, Bolo insistió en mostrarme el harem, donde conocí a una media docena de muchachas muy jóvenes y atractivas, que vivían allí gracias al dinero que le pagaba Alemania por traicionar a su patria.

Partí al poco rato, pues mi anfitrión sugirió ciertas â??diversiones" que no armonizaron con mis ideas de una velada agradable. Quedó al tierno cuidado de sus "esposas", con sus ideales de magnate de Oriente, y con los vicios de Oriente -atemperados a veces con la mujer de Occidente. Tal era la arquitectura mental de uno de los más grandes traidores de la Europa de entonces.

Una tarde el Servicio Secreto hizo un "raid" al departamento de Pashá Bolo, pero el pájaro, presintiéndolo, ya había levantado vuelo con todo su harém, hacia la frontera italiana, y desde ahí, por auto a Suiza, donde permaneció hasta que se creyó seguro para volver a Francia... donde fue arrestado apenas traspuso la frontera. Lo demás es suficientemente conocido.

Ya que de espías hablamos, permítaseme referirme a una mujer que quizá fue la más grande de todas: Mata Hari, por quien miles de hombres cayeron, víctimas de su inexplicable fascinación.

No olvidaré aquella noche en que Mata Hari entró al Casino Municipal de Biarritz con un traje hecho enteramente de hojas de palmera, algo más compacto que el de nuestra común madre Eva, y con el que fascinó el ambiente durante toda la velada... Esa noche habría de ocurrir un sorprendente suceso que nos revelaría que en esa bellísima mujer subsistían indemnes los violentos sentimientos y reacciones del ser primitivo, tras el exterior refinado, y la cultura que le enchapara el contacto con la civilización.

Mata Hari era mestiza, hija de Chino y Javanesa, y esa mixtura de temperamentos originó esa bella criatura de tan extraña complexión.

La noche en cuestión Mata Hari haba estado jugando fuerte en las mesas, y al levantarse, un oficial ruso de uniforme, alto y barbudo, se le acercó, y rodeándole con sus brazos imprimió un beso sobre los labios rojos y llenos...

Un silencio dramático se extendió por la sala, mientras una docena de hombres avanzaban para vengar el ultraje. Mata Hari aventó al oficial, los ojos dos carbunclos en la furia; haciendo detener a quienes venían en su ayuda, se encaminó lentamente hacia el oficial del Zar, con un vaivén altanero en la marcha. Lo miró un instante en los ojos, ambas caras muy cerca una de otra, y luego con gesto instantáneo levantó su mano del bolso, con una pistola en ella... Se oyó un estampido con un sordo eco en las paredes, y el oficial rodó sobre la alfombra, el pecho atravesado.

Mata Hari, con la minúscula pistola aún humeante en la diestra, contempló al caído, y luego, primitivamente, su pie diminuto golpeó al cuerpo. Luego, con calma igual, guardó la pistola, y se encaminó lentamente a la salida, mientras varios hombres, incluso un doctor, se inclinaban para socorrer al herido. La herida no era mortal por suerte, aunque el oficial debió permanecer en el hospital durante algunas semanas. El Casino ocultó el "affaire" y esa misma noche Mata Hari debió abandonar el Principado, para dirigirse a España en su gran Hispano Suiza blanco; desde allí prosiguió sus actividades, comunicándose con la Wilhelmstrasse por vía Amsterdam.

Nadie se sorprendió más que yo mismo cuando llegó la noticia de que había sido arrestada como espía alemana, y lamenté, en verdad, su trágico fin, frente al pelotón de fusilamiento, brava, indomable y arrogante como fuera siempre. Era una mujer inolvidable.

Antes de cerrar este capítulo de personajes curiosos y exóticos, quisiera mencionar a Oscar Wilde, a quien vi muchas veces en la Rivera, aqúella figura extraña y descreída, tan aislado como carente de suerte en la ruleta, a la que frecuentaba bien raramente, en verdad. Siempre me sedujo la extraña atmósfera que parecía pender de su figura trágica y solitaria, y cierta vez, la única, cambié con él unas palabras, durante una fiesta popular de la ciudad.

Se había ubicado en lo alto de una escalinata de un palacio que dominaba el "Promerade des Anglais" y desde allí contemplaba a la muchedumbre con una mezcla de piedad que atemperaba la tristeza. Me trepé a su lado y trabamos conversación.
-"Mon jour Mosieur" -me respondió distraído, y luego como si hablara consigo mismo-. Locos, todos locos!
-¿Quiénes? -no pude menos de inquirir.
-¿Quiénes? Pues toda esa gente que Ud. ve; trastornados por su propia felicidad... trastornados de disfrutarla... Para mí todo no es sino una máscara, ya que soy el hombre más desgraciado de la tierra.
-Es usted pesimista, Monsieur Wilde -respondí-. Me miró fijamente un instante, luego dándose cuenta de que yo había mencionado realmente su nombre, saltó de su refugio, y desapareció entre la multitud.

Mientras lo veía alejarse, sus palabras seguían resonando en mis oídos.
-"Yo soy el hombre más desgraciado de la tierra"..

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