Reyertas en los Casinos

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Las pasiones abundan en los Casinos, y los perdidos fuera de sí, suelen olvidarse de sí propios y hacer cosas que los llevan a menudo a la violencia y al crimen, cuando no a la muerte. Es curioso advertir que tales episodios lamentables no ocurren solo al sexo fuerte, sino que también mujeres jóvenes y hermosas llevan a cabo acciones sólo descritos en las páginas del Código penal.

Cierta noche, en Monte Carlo, una bellísima española se levanta ciega de ira porque su vecina de juego había inadvertidamente recogido unas fichas que le pertenecían; extrajo un largo estilete y clavó su agudísimo filo en el rostro de la otra, quien al caer se aferró al cuello de su agresora, la faz cubierta de sangre. Comenzó una lucha violenta, durante la cual las placas y ganancias de los asistentes rodaron por la alfombra, en irremediable confusión. Separadas luego por la policía, se las condujo ante el juez, que dictaminó una multa de 2.000 francos a cada señora. La española se rehusó a pagar, y como no había prisión para mujeres en Mónaco, se le ordenó abandonar la ciudad en 24 horas. Agregaré que se llegó a un acuerdo con Francia respecto a los culpables sentenciados por los tribunales de Mónaco, los que se llevaban a las cárceles de Francia a cumplir sus penas, ya que no hay cárcel "honorable" en el Principado.

A propósito de esto les referiré un caso lleno de extraña ironía que le acaeció a un hombre que vivía en Mónaco. Hace algunos años -antes del convenio referido- un ciudadano de Mónaco cometió un crimen, y se le sentenció a la pena de muerte. El tribunal se halló frente al problema de cómo efectuar la ejecución. No se contaba con el aparato del verdugo en Mónaco, y lo que era peor, con ningún voluntario para cumplir la tarea. Después de una conferencia de los magistrados monegascos se convino en modificar el fallo, condenando al culpable a prisión perpetua. Pero esto trajo tropiezos de otro orden, ya que no había cárcel donde meterlo. Por supuesto se buscó y pudo hallarse una casona derruida. Se clausuraron las ventanas con sólidas barras de hierro, y una maciza puerta provista de seguro cerrojo se instaló en el sucucho. Era el único preso de Mónaco, y por lo tanto se encargó a un guardián la especial vigilancia del recluído, todo, naturalmente, a costa del presupuesto del Principado. Después de unos meses, las autoridades judiciales decidieron suprimir al guardián, y dejar que el preso se vigilase a sí mismo.
De esta manera el asesino vivió durante muchos años, mantenido por el Estado, y gozando de perfecta libertad, aunque técnicamente estaba recluido a prisión perpetua.

Cuando murió, el Gobierno se encargó de todos, los gastos de las ceremonias... Ignoro si un caso tan paradójico se ha presentado en alguna parte.

Pero para volver a las riñas y escándalos de que he sido testigo en los Casinos, les contaré de un duelo a pistola que se llevó a cabo en el Casino de Niza, entre dos italianos rivales en el favor y los encantos de una preciosa "demi-mondaine", que por cierto valía menos que la vida de cualquiera de sus pretendientes. Parece que uno de éstos había sido durante varios meses el "ami" de la chica, pero agotados casi sus fondos, se vió desplazado por el compatriota en los dones de la bella. Al entrar una tarde al Casino, el primer italiano vió a la mujer en compañía de su rival, y excitado por los celos y quizá por el champaña, retó a duelo al presunto burlador. Aceptó éste el desafío, y extrayendo cada uno sendas pistolas, comenzaron allí mismo a hacerse un fuego graneado, mientras el público se lanzaba a las salidas, presa del mayor de los pánicos. Al fin uno cayó -el primer amante- y el otro cesó de disparar. Llegaban ya los gendarmes que arrestaron a uno, e hicieron conducir al hospital al otro, cuya herida por fortuna no resultó mortal. Dos semanas después los italianos fueron sentenciados a dos años de prisión, y a expulsión de Francia. La mujer, entretanto, festejó ruidosamente la incidencia, y sus acciones subieron de precio, dado
que dos estúpidos casi se matan por ella...

No hay nada más despreciable que ver a un hombre atacar a una mujer, y lamento consignar que ello ocurría con bastante frecuencia en los Casinos de Europa, aunque nunca el agresor salió indemne de su cobardía, pues siempre hay hombres que saben vengar a una mujer injuiriada así en público.

Había en Deauville un repelente hombrecillo, tratante de blancas, que maltrataba de todas las maneras a las mujeres que con los fines presumibles "presentaba" en el Casino. Tenía siempre mucho dinero, y estaba asociado con los mayores y más desvergonzados capitalistas de Europa, en la "especialidad".

Cierta noche se acercó por detrás a una de sus "pupilas" y le aplicó un pellizco tan violento en el brazo, que lanzó ella un gemido de dolor. Había cometido alguna falta seguramente, pero un inglés alto vió la cosa, y avanzando con rapidez, tomó al bribón por la garganta y sacudiéndolo, lo inquirió furioso, la razón de su proceder.

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