La Historia Secreta de Monte Carlo

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Monte Carlo ha sido siempre un centro de intrigas, tanto políticas y criminales como financieras y amorosas.

Uno de los hombres que dirigía el Servicio Secreto Italiano, solía contarme algunas veces muchos de los entretelones de su profesión que incluía, incluso la vigilancia de las testas coronadas y los jefes de Estado que visitaban el famoso sitio.

Durante la otra guerra, la mayor parte de las "demimondaines" que concurrían al Casino del Principado eran financiadas por el oro alemán. Presencié cómo una de ellas era detenida, el mismo día en que se otorgaba a mi modesta persona la "Croix de Guerre". Hablando de mujeres espías, yo una vez disfruté de la amistad de una de las más hábiles que arriesgaba su vida por servir a Francia en el Servicio Secreto. Mademoiselle Jeanne Lacloche, hija de un Capitán de la Armada, muerto en acción, y que se hallaba dominada por el propósito de vengar la muerte de su progenitor.

Durante quince meses Mlle. Lacloche trabajó para Francia en Bruselas, y a causa de su belleza y de su habilidad de bailarina llegó a ser la favorita de los oficiales germanos que se disputaban sus favores, logrando vitales informaciones para su patria.

Me acuerdo también de un misterioso crimen que ocurrió en Monte Carlo y del que fue víctima una joven de dieciocho años cuyo cuerpo salvajamente mutilado fue hallado en la playa. Entre sus manos crispadas se encontró una nota, la que decía que se había suicidado para no ser vendida al harem de un magnate oriental.

La policía encaró el asunto con mucha suspicacia, y se tomó el mensaje como una superchería; se murmuraba de un príncipe que vivía en su propio yate, junto a la bahía; las investigaciones revelaron ciertos detalles que indicaban que el cuerpo pudo haber sido arrojado desde el yate. Se habló de algún arresto sensacional, pero un día la embarcación principesca no se vió en su apostadero, y todo el mundo pensó que era mejor no hablar de un "affaire" que podía aparejar complicaciones internacionales. A Monte Carlo puede clasificársele como la tierra de lo ilegal. El dinero que obtenían sus traficantes clandestinos sobrepasaban al logrado por sus colegas de cualquier región de la tierra; y Dios sabe que hay sobre el mundo intrigas bastantes para mantener ocupados a todos los truhanes del orbe entero.

Pocos casos habrán, supongo, eclipsado al celebérrimo de la "estafa de Mr. A" en el que el Marajá de Kashimir -entonces Sir Hari Singh- jugó principalísimo papel. Conozco, sin embargo otro caso que casi supera a aquél, y al que se vincula el difunto ex emperador de
las Austias, Francisco José, quien, como es sabido tenía un "penchant" por las mujeres hermosas y las historias picantes. Llegó un día a la Rivera no sé si atraído por el sol o el juego, pero sí en todo caso por las innumerables bellezas que decoraban las riveras de la Costa Azul.

Una banda de tahures, integrada principalmente por mujeres, capitaneados por un aventurero internacional, de origen inglés, decidió aproximarse al Emperador y hacerle pagar â??dividendos" por las atenciones que le prodigaran.

Después de mucha discusión y rivalidad entre las mujeres para destacar a la elegida, una bellísima griega de figura de diosa fue destinada en la misión de rendir a Venus el corazón del augusto personaje; con dinero provisto por la gavilla se instaló la damisela en el Hotel París, de Monte Carlo, donde moraba también el Emperador, y sostenida por un suntuoso guardarropa, y un coche de precio, comenzó su tarea de atraer a sus encantos al Emperador.

Un empleo juicioso de sus magníficos ojos, y la cuidadosa exposición de sus velados encantos, pronto atrajo a la real figura, y así una noche, la invitó Francisco José a danzar. Todo se desarrollaba de acuerdo al plan de los granujas, quienes empero debieron enfrentar una nueva complicación en sus intentos para atrapar mejor a su presunta víctima. Tomó ella la forma de una beldad rubia cuyas marcantes languideces parecieron impresionar aún más al Emperador que las formas clásicas y la belleza morena de la griega. Comenzó así una gran rivalidad entre las dos mujeres, y la banda hizo cuanto pudo por alejar a la blonda rival, hasta llegar a los métodos expeditivos del secuestro. Todo pareció arreglado, pero -de acuerdo a la mejor tradición de los dramas- la rubia logró escapar, y ponerse, por medios que es mejor no inquirir, en comunicación con el Príncipe, y persuadirle de que diera su "pasaporte" a la griega. Las cosas se ponían feas por la banda, la que en la última instancia, alquiló un pequeño chalet para tender en él una ratonera al Emperador, enviándole un mensaje según el cual la rubia lo esperaría allí cierta noche.

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