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Se afirma a menudo que la conducta en el juego podrÃa ser decisiva para el éxito final de la partida. Esto es, sin más, cierto por lo que se refiere al póquer y a los demás juegos en los que influye sensiblemente la habilidad. Y puedo admitir que incluso en el chemin sea importante la conducta en el juego. Pero ésta no representa un factor decisivo en la ruleta o en la boule, en el black jack y en el treinta y cuarenta, o sea, en los juegos cuyo éxito depende de la suerte en un 99 %.
"No juegue usted cuando no se sienta en buenas condiciones fÃsicas, cuando haya comido o bebido demasiado o cuando esté enfadado", leo en un Decálogo del jugador. Son consejos prudentÃsimos si se trata de aplicarlos al póquer, pero no tienen valor alguno para la ruleta y otros análogos juegos de suerte. ¿Acaso el dolor de barriga o de cabeza pueden influir de alguna forma sobre la carrerita de la bola? ¿Y no puede ocurrir que una persona dominada por los nervios e inducida por la ira a efectuar una apuesta rabiosa y aventurada, sea besada en la frente por la diosa vendada y deba la ganancia precisamente a su escaso equilibrio mental?
En cuanto al jugador borracho, corre el riesgo de olvidar los números sobre los que ha apostado y verse defraudado de la eventual ganancia por obra de los muchos jugadores deshonestos que frecuentan las casas de juego, como explicaré en el capÃtulo dedicado a los fulleros y tahúres. Pero no será un whisky de más o de menos el que influya en los caprichosos saltos de la bolita.
También he leÃdo, en el mismo Decálogo del jugador, que es preciso perseguir los números "en caliente", o sea, a aquellos que en una determinada velada salen más a menudo. Este consejo tendrÃa valor únicamente si la ruleta fuese defectuosa -o sea, estuviese mal equilibrada-, porque en tal caso la bola tenderÃa a detenerse a menudo en el mismo sector del cilindro rotante.
Pero no ocurre nunca en los casinos públicos. Y recuérdese que un número que ha salido diez veces seguidas, tiene, en la tirada siguiente, las mismas exactas probabilidades de salir que los otros treinta y seis números.
Se dice también que convendrÃa apostar sobre los grandes rezagados, o sea, sobre los números o las combinaciones simples que hace mucho rato no han salido. Por el contrario, cada tirada no tiene nada que ver con la anterior. La bola de la ruleta no tiene pasado ni porvenir. No tiene recuerdos, no tiene sueños.
Por el contrario, un consejo que se ha de seguir es el de abandonar la mesa cuando se tienen por vecinos jugadores conflictivos. A menudo, más aún, a diario, ocurre que un jugador (de buena o de mala fe) trate de apoderarse de las ganancias que corresponden a otra persona. El que se encuentra en la misma mesa con uno de estos jugadores -ya sea deshonesto o distraÃdo-, hará bien en cambiar de mesa, porque en las discusiones, las personas honestas acaban siempre por no tener la razón. Además, el juego es una diversión. Y no se divierte uno cuando se ha de discutir.
En todo caso, cuando dos jugadores reclaman la misma apuesta ganada, un inspector de la casa de juego consulta a los croupiers y decide, inapelablemente, a quién debe ser pagada la ganancia. También puede decidir que se pague a ambos jugadores, aunque para poderlo hacer necesita el consenso de uno de los representantes del Ayuntamiento, encargados de vigilar la marcha del juego. El inspector puede llegar a tal decisión cuando se convence de que se halla frente a dos personas de buena fe. En efecto, el jugador que apuesta siempre al mismo número puede creer que ha ganado, aunque alguna vez se haya olvidado de apostar. Y pueden asimismo equivocarse -siempre de buena fe- las personas que apuestan a muchos números o que juegan simultáneamente en dos o tres mesas, corriendo de la una a la otra, porque son demasiado nerviosas para permanecer sentadas.
El inspector hace pagar la ganancia de la apuesta a ambos jugadores aun cuando crea que uno de ellos obra de mala fe. Pero inmediatamente lo hace seguir y vigilar por un detective, que se hallará presto a sorprenderlo con las manos en la masa si intenta de nuevo apoderarse de las ganancias de otro jugador. Y lo obligará a devolver todo el dinero defraudado.
Los fulleros y tahúres pueden actuar en perjuicio de los jugadores o del casino. Las casas de juego se protegen mediante policÃas de paisano, que tienen también la misión de impedir robos a mano armada, semejantes al que se cometió, en 1960, en el casino de Campione. Pero ningún policÃa habrÃa podido obstaculizar la acción de fuerza llevada a cabo contra la casa de juego de Montecarlo el 15 de diciembre de 1887, cuando una gran nave echó el ancla en el puerto de Mónaco. Bajó de ella un hombre muy elegante, de unos cincuenta años, que subió inmediatamente al casino, donde la fortuna no se le mostró amiga. En pocas horas perdió 200.000 francos oro, y cuando comprendió que ya no tenÃa la más mÃnima posibilidad de recuperarse, fue a ver al director de los juegos y le dijo:
-Devuélvanme mi dinero. Si no lo he recibido dentro de dos horas, arrasaré el casino con los cañones de mi nave.
El director creyó que aquellas palabras eran una broma de mal gusto o la fanfarronada de un borracho. Pero media hora después, asomándose a la ventana, vio cómo el barco tenÃa apuntados los cuatro cañones sobre la casa de juego. Se trataba de un barco pirata, disfrazado de embarcación de recreo.
Como no querÃa correr riesgos, el director entregó los 200.000 francos a dos jóvenes empleados, que se dirigieron a la nave con una chalupa que enarbolaba una bandera blanca. Llegados a bordo, no sólo fueron obligados a entregar toda la suma, sin poder llegar a ningún pacto, sino que permanecieron prisioneros hasta que el comandante decidió zarpar, lo cual hizo inmediatamente, antes de que dieran la alarma. Los dos empleados fueron puestos en libertad doce dÃas después, en Tánger, no sin antes haber asistido al ataque llevado a cabo por el barco pirata contra un mercante inglés.
Este episodio auténtico sirvió de tema a una pelicula. Y fue también otro episodio auténtico -el de dos profesores de Matemáticas, que pasaron muchos dÃas en un casino porque estaban seguros de poder hacer saltar la Banca gracias a sus cálculosel que inspiró la pelÃcula Non toccate le palline, en la que tres oficiales de Marina tratan de desbancar la casa de juego de Venecia por medio de cálculos efectuados por el cerebro electrónico de su crucero.
Muchas pelÃculas han sido ambientadas en las casas de juego. La más famosa, firmada por René Clair y titulada El dictador, nos habla de un minúsculo Estado que vive exclusivamente de los ingresos del Casino. Un ciudadano de dicho Estado es enviado al exilio por un usurpador, y, para vengarse, acapara el papel moneda de su paÃs, sabiendo que una extraña ley prohibe imprimir nuevos billetes de Banco.
Todos se quedan sin un céntimo en el bolsillo y se ven obligados a recurrir al antiguo sistema del trueque. ¿Quieren tomar un café en un bar? Pues lo pagan con un pollo y reciben doce huevos de cambio. Hasta en el casino se juega ya no con dinero contante y sonante, sino con objetos. Por ejemplo, se apuesta una camisa a la primera docena y, si sale un número bajo, se reciben dos camisas de ganancia. O bien se apuesta un sombrero a una sextena con la esperanza de ganar cinco cubrecabezas.
Entretanto, el hijo del exiliado quiere derribar al usurpador, pero carece de las armas necesarias para atacarlo.
Desesperado, prueba fortuna en el casino, pero sin éxito. Apuesta -y pierde- la cartera (vacÃa), y luego el reloj, la pluma estilográfica, la corbata, la americana, los zapatos y la medallita de oro con la cadena. Y cada vez pierde, tanto, que decide suicidarse. Saca una pistola del bolsillo, y va a apuntarla contra las sienes, cuando otro jugador choca con él. Se le cae la pistola y va a parar al cero. Y precisamente en aquel momento sale el cero, y el hijo del exiliado gana treinta y cinco pistolas, las cuales le permiten hacer la revolución contra el usurpador.
También se han dedicado al juego de azar algunas divertidas historietas, como la del norteamericano que ganaba siempre al póquer, pero era constantemente perseguido por la mala suerte cuando arriesgaba cualquier suma a las carreras de caballos. Un amigo se encuentra con él en el hipódromo y le pregunta:
-Pero, ¿cómo es posible que tengas tan mala pata con las carreras de caballos y tanta suerte con el póquer?
-¿Qué quieres que te diga? Yo no barajo los caballos.
Otra historieta nos la narra Tommaso Landolfi. Se refiere a una mujer de cabellos negros a la que un anciano señor da algunas fichas para que pueda probar fortuna en la ruleta. La muchacha gana mucho dinero y, para mostrarle su reconocimiento, invita a su casa al anciano caballero. Al entrar en el dormitorio, se libera de todos los velos superfluos e, indicando el seno, dice:
-Voilà la rouge.
Y luego, bajando los ojos sobre su cuerpo, añade:
-Et voilà le noir. Monsieur, faites votre jeu.
A lo que el caballero, tristemente, responde:
-Le jeu est fait. Rien va plus.
También es divertida la viñeta que muestra una mesa de ruleta a la que está sentado un hombre vestido de Papá Noel. Y un croupier dice a su colega:
-¿Sabes?, es un empleado nuestro que se ha disfrazado para dar a los jugadores una falsa sensación de seguridad...
Otra viñeta muestra a un hombre con el torso desnudo que está telefoneando a su esposa. En el fondo, ante una mesa de juego con una baraja de cartas ante sÃ, se encuentra una muchacha vestida sólo con bragas. Dice el hombre al teléfono:
-Sà querida, estoy jugando al póquer. Pero no te preocupes. No juego con dinero.
Y ahora, dÃganme ustedes, ¿no les gustarÃa que les ilustrara también acerca de las reglas del striptease poker, del póquer-destape?
En Francia, los jugadores corren siempre el riesgo de ser robados. Entre 1976 y 1977 hubo robos a mano armada en los casinos de Bandol, Deauville y Divonne. En este último casino penetraron, la noche entre el 29 y el 30 de diciembre de 1977, cinco bandidos enmascarados, que se llevaron un botÃn de 1.120.000 francos.
También corre la sangre en el mundo del juego. De ello sabe algo el actor Alain Delon, cuyo secretario un yugoslavo- fue asesinado hace algunos años. Hay quienes dicen que fue por una cuestión de juego, y quienes creen que fue por haber fotografiado durante una orgÃa para intentar luego el correspondiente chantaje- a un altÃsimo personaje. Alain Delon lo sustituyó por Jean Roch, llamado Bimbo, que llevaba los negocios del actor en la Costa Azul, donde Bimbo era inspector del casino de Ruhl y hombre de confianza de Jean Frantoni, el emperador de las casas de juego, que trata de asegurarse la mayor parte de las acciones de muchos casinos. El 30 de junio de 1977, Bimbo tenÃa que ir al aeropuerto de Niza para recoger a Alain Delon, que llegaba de ParÃs. Pero fue asesinado en la autopista que conduce al aeropuerto. ¿Cómo? ¿Por qué? Con exactitud nadie lo sabe. O nadie quiere decirlo.