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Si quieren ustedes acompañarme en una visita tras los bastidores de una gran casa de juego italiana -la de San Remo-, oirán hablar de ruletas imantadas, de bolas magnetizadas, de billetes de Banco escondidos por los croupiers en los zapatos o en los braslips, de ruletas untadas con cera o con chicle para atraer la bola hacia un determinado sector por ejemplo, hacia el de los cercanos al cero-; y oirán ustedes hablar de los sistemas de defensa empleados por las casas de juego para protegerse contra los muchos trucos usados por los jugadores y por los croupiers deshonestos.
A estos trucos se le ha dedicado incluso una película, pero difícilmente lograrán ustedes verla. Se trata de un documental rodado en Francia por iniciativa del interventor general de la Súrete Nationale, Taupin, el enemigo número uno de los tahúres. Esta película ha sido exhibida solamente a los inspectores de la Policía francesa y a algunos directores de casas de juego, a fin de que pudiesen estudiar mejor (toda la película ha sido rodada a cámara lenta) los trucos empleados por los tahúres para corregir la suerte. Protagonistas de la película son algunos tahúres que, a cambio de una disminución de la pena a la que habían sido condenados por sus estafas, aceptaron hacer de actores para ilustrar su habilidad ante la cámara cinematográfica.
Entré en el casino de San Remo por la puerta de servicio y fui a visitar los laboratorios en que estaba preparando sus instrumentos -niveles y láminas calibradas- el hombre encargado de examinar cada día las veintiséis ruletas del casino. Se llamaba Edmondo Pignotti, había superado los setenta años y era capaz de juzgar con una mirada si la ruleta había sido trucada. Era también autor de algunos métodos patentados, como el referente al soporte de cojinetes que permite a la rueda de la suerte girar largo rato sin que el croupier tenga que hacer esfuerzos para que se mueva.
Pignotti recordaba a un empleado, despedido por la dirección del casino porque bebía demasiado, el cual decidió vengarse tratando de crear un campo magnético en una ruleta y sustituyendo la habitual bola de marfil por otra de hierro esmaltado. Pero el empleado deshonesto fue desenmascarado tan pronto como trató de llevar a cabo su plan. Y fue descubierto gracias a uno de los controles efectuados a diario por Pignotti.
Muchas personas han intentado corromperme -me dijo Edmondo Pignotti , tratando de convencerme para que trucara una ruleta... y tal vez existiría la forma de hacerlo, aunque es mejor no hablar de ello. En ciertaa ocasión, un pez gordo, si, una autoridad, quería inducirme a electromagnetizar una ruleta, que él mandarla a distancia. Decía que ambos nos haríamos millonarios. Pero yo me mostré honrado. O estúpido.
Luego habló del chicle, de las horquillas para el pelo y de los demás cuerpos extraños que, de cuando en cuando, descubría durante las inspecciones. Habían sido lanzados por jugadores con la esperanza --absurda-- de poder controlar el juego.
Por el contrario, parece más peligroso el truco descubierto recientemente en una casa de juego de la Costa Azul, donde un sector de ruleta fue untado -pero, ¿por quién?- con una sustancia grasa invisible, semejante a la cera, que enlentecería el curso de la bola atrayéndola hacia determinados números. Pignotti habló de este truco de mala gana, como si temiese hacerle publicidad e inducir a alguien a emplearlo en San Remo.
(Gracias a otras fuentes me he enterado de algo más. En una casa de juego de la Costa Azul se observó que la bola iba a detenerse con gran frecuencía en los números 13, 36, 11 y 30, que se encontraban cerca entre sí sobre el cilindro. Examinando la ruleta se advirtió que se había creado un campo magnético que atraía la bola, aunque sólo cuando ésta había sido lanzada por el croupier con poca fuerza. Ello permitió detener a un croupier y a sus cómplices. Tras algunos meses, un grupo de tahúres volvió al asalto, recubriendo, en el cilindro de la ruleta, cuatro números con una capa de una sustancia semejante a la cera, que hacía enlentecer la carrera de la bola y la atraía hacia los cuatro números. Pero no fue posible detener a los responsables del truco, que cogieron a tiempo el olivo, tras haber ganado, sólo en dos días, más de veinte millones de francos antiguos.)
Mientras me encontraba en el laboratorio, el doctor Alberto Alberti, director técnico de los juegos (se ha doctorado con una tesis sobre las casas de juego), me invitó a realizar un experimento: dejar deslizar lentamente la bola desde el borde de una ruleta inmóvil y hacerla caer en la casilla del número más cercano. Se trataba de hacer recorrer a la bola apenas cinco centímetros y, repito, partiendo de una ruleta parada. Pero el intento falló, repetidamente. Cada vez la bola se marchó por su cuenta, dirigiéndose hacia otros números.
El experimento no había dado resultado con una ruleta parada. Sin embargo, hay jugadores convencidos de que los croupiers son capaces de dirigir la bola hacia un determinado sector del cilindro. Se olvida que la bola recorre de ocho a diez vueltas, a discreta velocidad, mientras el cilindro gira en sentido inverso. Y se olvida que, a menudo, la bola choca contra los clavos del cilindro, los cuales, de pronto, la. hacen cambiar de dirección. Pero es inútil explicar estas cosas a los jugadores empedernidos, los cuales están convencidos de que el croupier consigue que la bola vaya a pararse sobre un negro al que nadie ha apostado.
Hay jugadores que, antes de apostar, esperan que la bola haya sido lanzada, porque temen que el croupier pueda perjudicarlos. De la misma forma que hay jugadores que creen en la ??mano? de un croupier y, para apostar, esperan que tal croupier esté de turno para el lanzamiento de la bola. Otros jugadores están convencidos de que bajo la mesa hay escondido una especie de freno -¿cómo funcionaria, a pedal?-, que permitiría al jefe de mesa enlentecer la carrera de la bola para evitar que se detenga en uno de los números sobre los cuales se han hecho las apuestas más fuertes.
Embustes, embustes y más que embustes. Para desplumar a los jugadores, la casa de juego no tiene necesidad de recurrir a trucos de esta clase.
Desde el laboratorio de Pignotti pasé al archivo de las fichas, que se conservan en grandes armarios de hierro, confiados a empleados que saben reconocer una ficha falsa más rápidamente de lo que un cajero pueda reconocer un billete falso. Y, en realidad, es mucho más difícil falsificar las fichas que los billetes, por ejemplo, de cinco o de diez mil liras.
El último intento de poner en circulación fichas falsas se efectuó en San Remo en 1949, por obra de una banda que había hecho imitar las fichas de diez mil liras. El truco fue descubierto a las pocas horas de juego, entre otras cosas porque, en 1949, las apuestas con fichas de diez mil liras no eran muy frecuentes. A partir de entonces, los controles son muy severos. De cuando en cuando se recogen de las mesas fichas de todos los valores --sobre todo, de elevado valor-, que son examinadas por un experto, el cual es el único que conoce el secreto: una señal convencional hecha en las fichas, que no conocen ni siquiera los croupiers ni los demás empleados.
Un segundo control se efectúa al terminar el juego -que no acaba a la misma hora en todas las mesas-, cuando se hace el arqueo, o sea, cuando las fichas son alineadas, contadas y registradas en unas cajas especiales. Un tercer control tiene lugar cuando se abren las cajas en que están las fichas de las propinas; pero este control se efectúa en una salita interna, por croupiers en mangas de camisa, mientras que el recuento de las fichas, una vez acabada la partida, se hace ante la vista del público. O, por mejor decirlo, se hace en la sala de juego. Porque a los jugadores no les interesa en absoluto el recuento de las fichas.
También al iniciarse el juego se lleva a cabo el recuento de las fichas en las salas. Un empleado lleva al jefe de mesa la caja que contiene la dotación de la mesa (por lo general, cien millones, a los cuales, durante la noche, se añaden otras sumas si la Banca va perdiendo). La caja es abierta por un inspector, que tiene la llave de la misma. Luego un croupier, tras haber alineado las fichas en la mesa, dividiéndolas según su valor, las cuenta en voz alta tocándolas con el rastrillo. A la apertura de las cajas debe asistir el representante del Ayuntamiento.