Ruleta: Las casas de juego

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Basta alejarse sólo unos centenares de metros de Westerland o de alguno de los pueblecitos de la isla (Kampen, List, Wennigstedt), para encontrar una playa a cuya entrada el burgomaestre ha hecho poner un cartel que reza así: ??Esta playa está reservada a las personas que quieren tomar el sol como les plazca. Si te gustan sus costumbres, entra. De lo contrario, pasa de largo?. Se trata de playas que se extienden kilómetros y kilómetros y que tienen sugestivos nombres: Abyssinia, Samoa, Texas... En las playas, hasta perderse de vista, miles de personas toman el sol, pasean, juegan a la pelota, se zambullen en el agua o meriendan como su madre las trajo al mundo. El público es el de todas las demás playas: muchas parejas jóvenes, numerosas muchachas en compañía de otras amigas, grupos familiares con niños, abuelos y criadas. En resumidas cuentas, una atmósfera verdaderamente familiar. Como es natural, no todas las mujeres son guapas ni esculturales. Pero, en conjunto, el espectáculo es casto, al menos para el que tiene los ojos castos. Omnia mundo mundis.

Con los naturistas se mezclan curiosos con bañador, que, sin embargo, son seguidos por miradas sospechosas. Sólo dos personas tienen derecho a ir vestidas: el vendedor de periódicos y el vendedor de perros calientes, que a menudo, los días más calurosos, se liberan también de las ropas superfluas.

Ahora bien, un jugador puede hallarse tan absorto por la pasión del juego, que llegue a olvidarse de desnudar con la mirada a una hermosa mujer, pero no puede evitar distraerse cuando está sentado a una mesa de juego junto a una mujer, embutida en un traje de noche, cuyos aspectos más secretos ha tenido ocasión de admirar durante la mañana. Si es lícita una confesión sobre este delicado tema, recordaré que nunca el espectáculo de una mujer admirada por primera vez de cerca, y sin ropa alguna, me ha ofrecido una emoción comparable a la que experimenté en cierta ocasión en Westerland cuando, habiendo invitado a bailar a una muchacha de cabellos rojos, que estaba sentada en el bar del casino, reconocí en ella a la desconocida que había admirado largamente durante la mañana en la playa, donde, tumbada en una duna de arena, se estaba tostando al sol, completamente desnuda.

Bad Neuenahr, donde se dan cita los diplomáticos acreditados en Bonn y los industriales de Renania y del Ruhr, es una de las más grandes casas de juego europeas. En los pocos años que han transcurrido desde su fundación ha visto pasar por sus salas seis millones y medio de jugadores. Y los administradores de la casa han podido pagar cada año dividendos del 200 % a los accionistas. En Alemania, los administradores de los casinos deben pagar al Estado -o al Ayuntamiento-- el 80 % de las ganancias, pero tienen la ventaja de no pagar tasa alguna sobre el restante 20 %. Dado que los gastos de manutención quedan cubiertos por el importe de los billetes de entrada y los tíquets del guardarropa, y dado que los sueldos de los empleados son pagados con las propinas dejadas por los jugadores, los administradores pueden realizar fabulosas ganancias.

Todo el dinero necesario para el pago de los sueldos procede de las propinas, como ya hemos dicho. Y aún quedan, en dicho concepto, tras el pago de los sueldos, los fondos suficientes para otras iniciativas en favor de los empleados. Pero estos fondos restantes han sido también empleados, como ha ocurrido en Baviera, para financiar a ciertos partidos políticos.

En efecto, los alemanes, que, cuando viajan, no dan nunca ni un céntimo de propina a los camareros, son generosísimos, en cambio, con los croupiers, tal vez a causa de ese complejo de inferioridad que sienten todos los nuevos ricos. Es cierto que, mientras en los casinos franceses las propinas representan sólo el 25 % de las pérdidas de los jugadores, y mientras en Italia llegan al 35 %, en Alemania superan el 50 %. En Bad Neuenahr, de cada diez millones de marcos perdidos por los jugadores, corresponden más de cinco millones de marcos a las sumas dejadas pour les employés. Mejor dicho, f ür die Angestellten, porque en las casas de juego alemanas se habla alemán, pues se ha
renunciado a la lengua internacional (el francés) del juego de azar.

Ha desaparecido la casa de juego de Sopot, junto a Danzig, la única -aparte Badeas Badeas- autorizada por Hitler en 1933, cuando fue derogada la ley de 1872, que prohibía el juego de azar.

Hitler quiso respetar Badeas-Badeas porque era la más antigua casa de juego alemana, que había visto en sus salas a personajes como Dostoievski y Brahms, Alfred de Musset y George Sand, Turgueniev y Clara Schumann, además de varios príncipes y soberanos. El que ha leído El jugador no puede por menos de recordar los personajes de Dostoievski cuando entran en la sala roja o en el salón Pompadour. Son las salas en que el príncipe de Gales y el rey Saud, el duque de Hamilton y el conde Potocky han cedido ahora su lugar a los industriales alemanes enriquecidos por el milagro económico.

Cuando, el 31 de octubre de 1872, se prohibió el juego como consecuencia de la nueva ley, la bola quedó en el número 9 -rojo, impar, manque-, donde se había detenido tras su última carrera. Y allí permaneció durante sesenta y un años. Cuando se reanudó el juego tras la larguísima pausa, muchos jugadores presentes en la inauguración apostaron al 9, entre otras cosas, poque la dirección había anunciado que pagaría doble las apuestas ganadas en la primera tirada. Pero el 9 traicionó la espera y salió sólo en la tirada sesenta y dos. También en Bad Neuenahr, el día de la inauguración, se pagaron doble todas las apuestas ganadas en la primera tirada. Salió -para la Historia- el 10. La bola empleada para aquella primera tirada no se ha vuelto a emplear y se halla expuesta en una pequeña vitrina.

Entre 1977 y 1978 se han abierto nuevos casinos en Berlín, Hamburgo, Hannover, Bad Pyrmont, Hittfeld, Bad Bentheim, Bad Harzburg, Bad Zwischenahn, Borkum, Aquisgrán y Norderney. Algunas de estas casas de juego tratan de atraer al pequeño público organizando loterías (primer premio: un automóvil), en las que se participa gratuitamente con el número del billete de entrada. O bien los visitantes pueden jugar "a prueba", o sea, con fichas sin valor, en una sala especial. En Aquisgrán se proyecta una película que ilustra las reglas y los sistemas de los distintos juegos. Y se distribuye la revista Roulette.

Falta una Policía especializada, y, en consecuencia, resulta escasa la vigilancia.
"Entre nosotros es sometido a mayores controles un vendedor ambulante de perros calientes que una casa de juego", ha escrito un periodista. Por tanto, son frecuentes los escándalos. Las ruletas adquiridas por los seis nuevos casinos de la Baja Sajonia estaban ya trucadas antes de iniciarse el juego; pero la manipulación pudo ser descubierta a tiempo, o, por lo menos, así se ha afirmado. Y en los casinos es fácil el reciclado de los billetes de Banco "calientes" (los entregados para la liberación de un rehén. Y en Alemania han sido pagados rescates hasta de 900 millones de pesetas, como explico en mi obra La Europa criminal [1]). El juego termina a las 2 de la madrugada en las mesas de ruleta, pero los jugadores son esperados, a la salida, por los "pregoneros" de los Zock, los garitos clandestinos, quienes se ofrecen a acompañarlos en coche para continuar el juego.

Ultima curiosidad: en Austria, la administración de los casinos se ha concedido al Banco "Schelhammer & Schattera", que pertenece a la Iglesia católica austríaca.

La primera casa de juego yugoslava fue inaugurada en Ragusa (Dubrovnic) en 1963. Ahora hay una docena, que atraen, de un modo especial, a los jugadores que llegan de Trieste. También Yugoslavia ha apostado al estallido del nudismo más juego. Y lo mismo podríamos decir de Rodas, donde se juega en las salas del "Grand Hotel", donde -excepción hecha de la noche de San Silvestre- no pueden poner los pies los griegos residentes en Rodas. España abrió sus primeros casinos en el verano de 1978. A los españoles les gusta también el bingo, una especie de tómbola de azar, como ya he dicho repetidas veces al referirme a este juego. El 15 de febrero se cerraron en Madrid 48 de las 67 salas de bingo, a causa de irregularidades administrativas. Estas salas giraban un promedio diario de unos 40 millones de pesetas.

Por la misma razón -o sea, por los continuos embrollos-, el dictador Miguel Primo de Rivera cerró, en 1924, las dos mil casas de juego españolas (número aproximado). Y la prohibición fue confirmada por Franco, cuyo padre había perdido mucho dinero en los casinos. Pero ahora España tiene urgente necesidad de divisas, y el 17 de febrero se concedieron las dieciocho primeras licencias. Los casinos han empezado ya a funcionar, y se calcula que producirán unos ingresos netos de 40.000 millones de pesetas al año. De los 18 casinos, 2 se encuentran en las Baleares (en Mallorca y Menorca), 2 en las Canarias (en Tenerife y Las Palmas), 8 en las costas del Mediterráneo, 4 en las del Atlántico, uno en Zaragoza y otro en las cercanías de Madrid. Este último y las casas de juego de Marbella, de San Sebastián y de Mallorca- atraería el mayor número de extranjeros. El 50 % del importe de las ganancias va a parar al Gobierno, el cual lo destina a financiar la obra de rehabilitación de los jóvenes delincuentes y a ayudar a los minusválidos físicos. Teniendo en cuenta que, en 1977, España fue visitada por más de 34 millones de turistas extranjeros, es fácil prever que los casinos no andarán escasos de clientes. (Sin embargo, no serán autorizados los "bandidos de un solo brazo", o sea, las máquinas tragaperras.)

Pasemos ahora a las casas de juego italianas. Ya he hablado varias veces de San Remo. Baste recordar aquí que atrae a jugadores de Génova, Turín y Milán. Entre los jugadores abundan los israelíes. Y son numerosas las personas que, atraídas también por el clima, entran cada día en las salas para ganar algunos miles de liras. Y a menudo alcanzan su objetivo, gracias al prudente duplicado. Más que jugadores, parecen empleados. La
prudencia es su fuerza. Tan pronto como han ganado cinco o diez mil liras, dejan el casino y marchan a gozar del sol.
En Venecia, la casa de juego fue inaugurada el 1ro. de agosto de 1936. En verano se juega en el "Lido", y en invierno, en el palacio "Vendramin-Calergi", que pertenece al Ayuntamiento. En Venecia, aparte los juegos tradicionales, es posible probar suerte también en los craps (un juego con dados) y al black jack, el juego de cartas al que tan aficionados son los norteamericanos y que ahora ha conquistado también a la clientela italiana.

En Saint-Vincent se juega en el "Casino de la Vallée" desde el 29 de marzo de 1947. Y los porcentajes pagados por los administradores a la Región, han permitido resolver el problema de las carreteras valdostantes y -junto con el turismo- hacer de la pobre Val d'Aosta una zona muy rica.

En Venecia se pueden apostar hasta 100.000 al en plein, y sumas proporcionalmente más altas en otras combinaciones. En 1977 pasaron por alli 350.000 jugadores, y el Ayuntamiento, que administra directamente el casino, ganó 23.000 millones de liras. A estos ingresos se han de añadir los derivados de otras fuentes, como, por ejemplo, del billete de entrada, que cuesta 5.000 liras. El Ayuntamiento organiza en el casino torneos de bridge, de ajedrez y --en otros lugares- torneos de tenis, golf, tiro al plato y motonáutica, premiando a los ganadores en las salas del casino.

(En 1970, el que escribe estas líneas concursó, en Ferrara, al "Premio Estense" de periodismo. E Indro Montanelli, presidente del jurado, dijo: "Hemos concedido a Altavilla sólo el segundo premio, porque estábamos seguros de que, si hubiese ganado los 3 millones del primer premio, habría corrido inmediatamente a Venecia para jugárselos.")

En San Remo, los ingresos procedentes del juego fueron, en 1977, de unos 9.000 millones de liras. Y 4.000 millones fueron, como propinas, a parar a manos de los croupiers. Una enorme masa de dinero que confirma en qué desventaja se encuentra el jugador generoso en las propinas. En el primer trimestre de 1978, el casino ingresó en sus arcas 3.440 millones de liras, lo cual permite prever ingresos sobre los 14.000 millones anuales, entre otras cosas, porque el casino ofrece (siguiendo el ejemplo de las casas de juego inglesas y yugoslavas) viaje y estancia gratuitos a los jugadores que, partiendo de Roma y de otras grandes ciudades, vayan a pasar el fin de semana en San Remo.

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