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MERCUCIO
Tú, enamorado, pídele las alas a Cupido
y toma vuelo más allá de todo salto.
ROMEO
El vuelo de su flecha me ha alcanzado
y ya no puedo elevarme con sus alas,
ni alzarme por encima de mi pena,
y así me hundo bajo el peso del amor.
MERCUCIO
Para hundirte en amor has de hacer peso:
demasiada carga para cosa tan tierna.
ROMEO
¿Tierno el amor? Es harto duro,
harto áspero y violento, y se clava como espina.
MERCUCIO
Si el amor te maltrata, maltrátalo tú:
si se clava, lo clavas y lo hundes.
Dadme una máscara, que me tape el semblante:
para mi cara, careta. ¿Qué me importa ahora
que un ojo curioso note imperfecciones?
Que se ruborice este mascarón.
BENVOLIO
Vamos, llamad y entrad. Una vez dentro,
todos a mover las piernas.
ROMEO
Dadme una antorcha. Que la alegre compañía
haga cosquillas con sus pies a las esteras . ,
que a mí bien me cuadra el viejo proverbio:
bien juega quien mira, y así podré ver
mejor la partida; pero sin jugar.
MERCUCIO
Te la juegas, dijo el guardia.
Si no juegas, habrá que sacarte;
sacarte, con perdón, del fango amoroso
en que te hundes. Ven, que se apaga la luz.
ROMEO
No es verdad.
MERCUCIO
Digo que si nos entretenemos,
malgastamos la antorcha, cual si fuese de día.
Toma el buen sentido y verás que aciertas
cinco veces más que con la listeza.
ROMEO
Nosotros al baile venimos por bien,
mas no veo el acierto.
MERCUCIO
Pues dime por qué.
ROMEO
Anoche tuve un sueño.
MERCUCIO
Y también yo.
ROMEO
¿Qué soñaste?
MERCUCIO
Que los sueños son ficción.
ROMEO
No, porque durmiendo sueñas la verdad.
MERCUCIO
Ya veo que te ha visitado la reina Mab . ,
la partera de las hadas. Su cuerpo