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de Ingalaterra; lo cual visto por el licenciado, dijo:
-Esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aun no queden della las
cenizas; y esa palma de Ingalaterra se guarde y se conserve como a cosa
única, y se haga para ello otra caja como la que halló Alejandro en los
despojos de Dario, que la diputó para guardar en ella las obras del poeta
Homero. Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una,
porque él por sí es muy bueno, y la otra, porque es fama que le compuso un
discreto rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda
son bonísimas y de grande artificio; las razones, cortesanas y claras, que
guardan y miran el decoro del que habla con mucha propriedad y
entendimiento. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás,
que éste y Amadís de Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin
hacer más cala y cata, perezcan.
-No, señor compadre -replicó el barbero-; que éste que aquí tengo es el
afamado Don Belianís.
-Pues ése -replicó el cura-, con la segunda, tercera y cuarta parte, tienen
necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya, y es
menester quitarles todo aquello del castillo de la Fama y otras
impertinencias de más importancia, para lo cual se les da término
ultramarino, y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o
de justicia; y en tanto, tenedlos vos, compadre, en vuestra casa, mas no
los dejéis leer a ninguno.
-Que me place -respondió el barbero.
Y, sin querer cansarse más en leer libros de caballerías, mandó al ama que
tomase todos los grandes y diese con ellos en el corral. No se dijo a tonta
ni a sorda, sino a quien tenía más gana de quemallos que de echar una tela,
por grande y delgada que fuera; y, asiendo casi ocho de una vez, los arrojó
por la ventana. Por tomar muchos juntos, se le cayó uno a los pies del
barbero, que le tomó gana de ver de quién era, y vio que decía: Historia
del famoso caballero Tirante el Blanco.
-¡Válame Dios! -dijo el cura, dando una gran voz-. ¡Que aquí esté Tirante
el Blanco! Dádmele acá, compadre; que hago cuenta que he hallado en él un
tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está don Quirieleisón de
Montalbán, valeroso caballero, y su hermano Tomás de Montalbán, y el
caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante hizo con el
alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los amores y
embustes de la viuda Reposada, y la señora Emperatriz, enamorada de