Don Quijote de la Mancha (Miguel de Cervantes Saavedra) Libros Clásicos

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muchas y muy regocijadamente, la venida del nuevo día saludaban. Al
levantarse dio un tiento a la bota, y hallóla algo más flaca que la noche
antes; y afligiósele el corazón, por parecerle que no llevaban camino de
remediar tan presto su falta. No quiso desayunarse don Quijote, porque,
como está dicho, dio en sustentarse de sabrosas memorias. Tornaron a su
comenzado camino del Puerto Lápice, y a obra de las tres del día le
descubrieron.

-Aquí -dijo, en viéndole, don Quijote- podemos, hermano Sancho Panza, meter
las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras. Mas advierte que,
aunque me veas en los mayores peligros del mundo, no has de poner mano a tu
espada para defenderme, si ya no vieres que los que me ofenden es canalla y
gente baja, que en tal caso bien puedes ayudarme; pero si fueren
caballeros, en ninguna manera te es lícito ni concedido por las leyes de
caballería que me ayudes, hasta que seas armado caballero.

-Por cierto, señor -respondió Sancho-, que vuestra merced sea muy bien
obedicido en esto; y más, que yo de mío me soy pacífico y enemigo de
meterme en ruidos ni pendencias. Bien es verdad que, en lo que tocare a
defender mi persona, no tendré mucha cuenta con esas leyes, pues las
divinas y humanas permiten que cada uno se defienda de quien quisiere
agraviarle.

-No digo yo menos -respondió don Quijote-; pero, en esto de ayudarme contra
caballeros, has de tener a raya tus naturales ímpetus.

-Digo que así lo haré -respondió Sancho-, y que guardaré ese preceto tan
bien como el día del domingo.

Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frailes de la orden de
San Benito, caballeros sobre dos dromedarios: que no eran más pequeñas dos
mulas en que venían. Traían sus antojos de camino y sus quitasoles. Detrás
dellos venía un coche, con cuatro o cinco de a caballo que le acompañaban y
dos mozos de mulas a pie. Venía en el coche, como después se supo, una
señora vizcaína, que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a
las Indias con un muy honroso cargo. No venían los frailes con ella, aunque
iban el mesmo camino; mas, apenas los divisó don Quijote, cuando dijo a su
escudero:

-O yo me engaño, o ésta ha de ser la más famosa aventura que se haya visto;
porque aquellos bultos negros que allí parecen deben de ser, y son sin
duda, algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel
coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poderío.

-Peor será esto que los molinos de viento -dijo Sancho-.

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