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admito.
»El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar
que tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a
cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase,
de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni
desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los
desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera
y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata,
no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga;
que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta
desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna
manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué
se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza
con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que
quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas
propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de
sujetarme: ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaño a éste ni solicito
aquél, ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación
honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me
entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí
salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma
a su morada primera.
Y, en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y
se entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando
admirados, tanto de su discreción como de su hermosura, a todos los que
allí estaban. Y algunos dieron muestras -de aquellos que de la poderosa
flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos- de quererla seguir,
sin aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual visto
por don Quijote, pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería,
socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su
espada, en altas e inteligibles voces, dijo:
-Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a
seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía.
Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa
que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender
con los deseos de ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo que, en
lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los