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después que somos caballeros andantes, o vuestra merced lo es (que yo no
hay para qué me cuente en tan honroso número), jamás hemos vencido batalla
alguna, si no fue la del vizcaíno, y aun de aquélla salió vuestra merced
con media oreja y media celada menos; que, después acá, todo ha sido palos
y más palos, puñadas y más puñadas, llevando yo de ventaja el manteamiento
y haberme sucedido por personas encantadas, de quien no puedo vengarme,
para saber hasta dónde llega el gusto del vencimiento del enemigo, como
vuestra merced dice.
-Ésa es la pena que yo tengo y la que tú debes tener, Sancho -respondió don
Quijote-; pero, de aquí adelante, yo procuraré haber a las manos alguna
espada hecha por tal maestría, que al que la trujere consigo no le puedan
hacer ningún género de encantamentos; y aun podría ser que me deparase la
ventura aquella de Amadís, cuando se llamaba el Caballero de la Ardiente
Espada, que fue una de las mejores espadas que tuvo caballero en el mundo,
porque, fuera que tenía la virtud dicha, cortaba como una navaja, y no
había armadura, por fuerte y encantada que fuese, que se le parase delante.
-Yo soy tan venturoso -dijo Sancho- que, cuando eso fuese y vuestra merced
viniese a hallar espada semejante, sólo vendría a servir y aprovechar a los
armados caballeros, como el bálsamo; y los escuderos, que se los papen
duelos.
-No temas eso, Sancho -dijo don Quijote-, que mejor lo hará el cielo
contigo.
Es estos coloquios iban don Quijote y su escudero, cuando vio don Quijote
que por el camino que iban venía hacia ellos una grande y espesa polvareda;
y, en viéndola, se volvió a Sancho y le dijo:
-Éste es el día, ¡oh Sancho!, en el cual se ha de ver el bien que me tiene
guardado mi suerte; éste es el día, digo, en que se ha de mostrar, tanto
como en otro alguno, el valor de mi brazo, y en el que tengo de hacer obras
que queden escritas en el libro de la Fama por todos los venideros siglos.
¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho? Pues toda es cuajada de
un copiosísimo ejército que de diversas e innumerables gentes por allí
viene marchando.
-A esa cuenta, dos deben de ser -dijo Sancho-, porque desta parte contraria
se levanta asimesmo otra semejante polvareda.
Volvió a mirarlo don Quijote, y vio que así era la verdad; y, alegrándose
sobremanera, pensó, sin duda alguna, que eran dos ejércitos que venían a
embestirse y a encontrarse en mitad de aquella espaciosa llanura; porque
tenía a todas horas y momentos llena la fantasía de aquellas batallas,
encantamentos, sucesos, desatinos, amores, desafíos, que en los libros de