Página 95 de 838
caballerías se cuentan, y todo cuanto hablaba, pensaba o hacía era
encaminado a cosas semejantes. Y la polvareda que había visto la levantaban
dos grandes manadas de ovejas y carneros que, por aquel mesmo camino, de
dos diferentes partes venían, las cuales, con el polvo, no se echaron de
ver hasta que llegaron cerca. Y con tanto ahínco afirmaba don Quijote que
eran ejércitos, que Sancho lo vino a creer y a decirle:
-Señor, ¿pues qué hemos de hacer nosotros?
-¿Qué? -dijo don Quijote-: favorecer y ayudar a los menesterosos y
desvalidos. Y has de saber, Sancho, que este que viene por nuestra frente
le conduce y guía el grande emperador Alifanfarón, señor de la grande isla
Trapobana; este otro que a mis espaldas marcha es el de su enemigo, el rey
de los garamantas, Pentapolén del Arremangado Brazo, porque siempre entra
en las batallas con el brazo derecho desnudo.
-Pues, ¿por qué se quieren tan mal estos dos señores? -preguntó Sancho.
-Quierénse mal -respondió don Quijote- porque este Alefanfarón es un
foribundo pagano y está enamorado de la hija de Pentapolín, que es una muy
fermosa y además agraciada señora, y es cristiana, y su padre no se la
quiere entregar al rey pagano si no deja primero la ley de su falso profeta
Mahoma y se vuelve a la suya.
-¡Para mis barbas -dijo Sancho-, si no hace muy bien Pentapolín, y que le
tengo de ayudar en cuanto pudiere!
-En eso harás lo que debes, Sancho -dijo don Quijote-, porque, para entrar
en batallas semejantes, no se requiere ser armado caballero.
-Bien se me alcanza eso -respondió Sancho-, pero, ¿dónde pondremos a este
asno que estemos ciertos de hallarle después de pasada la refriega? Porque
el entrar en ella en semejante caballería no creo que está en uso hasta
agora.
-Así es verdad -dijo don Quijote-. Lo que puedes hacer dél es dejarle a sus
aventuras, ora se pierda o no, porque serán tantos los caballos que
tendremos, después que salgamos vencedores, que aun corre peligro Rocinante
no le trueque por otro. Pero estáme atento y mira, que te quiero dar cuenta
de los caballeros más principales que en estos dos ejércitos vienen. Y,
para que mejor los veas y notes, retirémonos a aquel altillo que allí se
hace, de donde se deben de descubrir los dos ejércitos.
Hiciéronlo ansí, y pusierónse sobre una loma, desde la cual se vieran bien
las dos manadas que a don Quijote se le hicieron ejército, si las nubes del
polvo que levantaban no les turbara y cegara la vista; pero, con todo esto,
viendo en su imaginación lo que no veía ni había, con voz levantada comenzó
a decir:
-Aquel caballero que allí ves de las armas jaldes, que trae en el escudo un