Don Quijote de la Mancha (Miguel de Cervantes Saavedra) Libros Clásicos

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corrientes cristalinas del olivífero Betis; los que tersan y pulen sus
rostros con el licor del siempre rico y dorado Tajo; los que gozan las
provechosas aguas del divino Genil; los que pisan los tartesios campos, de
pastos abundantes; los que se alegran en los elíseos jerezanos prados; los
manchegos, ricos y coronados de rubias espigas; los de hierro vestidos,
reliquias antiguas de la sangre goda; los que en Pisuerga se bañan, famoso
por la mansedumbre de su corriente; los que su ganado apacientan en las
estendidas dehesas del tortuoso Guadiana, celebrado por su escondido curso;
los que tiemblan con el frío del silvoso Pirineo y con los blancos copos
del levantado Apenino; finalmente, cuantos toda la Europa en sí contiene y
encierra.
¡Válame Dios, y cuántas provincias dijo, cuántas naciones nombró, dándole a
cada una, con maravillosa presteza, los atributos que le pertenecían, todo
absorto y empapado en lo que había leído en sus libros mentirosos!
Estaba Sancho Panza colgado de sus palabras, sin hablar ninguna, y, de
cuando en cuando, volvía la cabeza a ver si veía los caballeros y gigantes
que su amo nombraba; y, como no descubría a ninguno, le dijo:
-Señor, encomiendo al diablo hombre, ni gigante, ni caballero de cuantos
vuestra merced dice parece por todo esto; a lo menos, yo no los veo; quizá
todo debe ser encantamento, como las fantasmas de anoche.
-¿Cómo dices eso? -respondió don Quijote-. ¿No oyes el relinchar de los
caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores?
-No oigo otra cosa -respondió Sancho- sino muchos balidos de ovejas y
carneros.
Y así era la verdad, porque ya llegaban cerca los dos rebaños.
-El miedo que tienes -dijo don Quijote- te hace, Sancho, que ni veas ni
oyas a derechas; porque uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos
y hacer que las cosas no parezcan lo que son; y si es que tanto temes,
retírate a una parte y déjame solo, que solo basto a dar la victoria a la
parte a quien yo diere mi ayuda.
Y, diciendo esto, puso las espuelas a Rocinante, y, puesta la lanza en el
ristre, bajó de la costezuela como un rayo. Diole voces Sancho, diciéndole:
-¡Vuélvase vuestra merced, señor don Quijote, que voto a Dios que son
carneros y ovejas las que va a embestir! ¡Vuélvase, desdichado del padre
que me engendró! ¿Qué locura es ésta? Mire que no hay gigante ni caballero
alguno, ni gatos, ni armas, ni escudos partidos ni enteros, ni veros azules
ni endiablados. ¿Qué es lo que hace? ¡Pecador soy yo a Dios!
Ni por ésas volvió don Quijote; antes, en altas voces, iba diciendo:
-¡Ea, caballeros, los que seguís y militáis debajo de las banderas del

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