Página 110 de 838
lo que debía a estilo de caballero; y así, te ruego, Sancho, que calles;
que Dios, que me ha puesto en corazón de acometer ahora esta tan no vista y
tan temerosa aventura, tendrá cuidado de mirar por mi salud y de consolar
tu tristeza. Lo que has de hacer es apretar bien las cinchas a Rocinante y
quedarte aquí, que yo daré la vuelta presto, o vivo o muerto.
Viendo, pues, Sancho la última resolución de su amo y cuán poco valían con
él sus lágrimas, consejos y ruegos, determinó de aprovecharse de su
industria y hacerle esperar hasta el día, si pudiese; y así, cuando
apretaba las cinchas al caballo, bonitamente y sin ser sentido, ató con el
cabestro de su asno ambos pies a Rocinante, de manera que cuando don
Quijote se quiso partir, no pudo, porque el caballo no se podía mover sino
a saltos. Viendo Sancho Panza el buen suceso de su embuste, dijo:
-Ea, señor, que el cielo, conmovido de mis lágrimas y plegarias, ha
ordenado que no se pueda mover Rocinante; y si vos queréis porfiar, y
espolear, y dalle, será enojar a la fortuna y dar coces, como dicen, contra
el aguijón.
Desesperábase con esto don Quijote, y, por más que ponía las piernas al
caballo, menos le podía mover; y, sin caer en la cuenta de la ligadura,
tuvo por bien de sosegarse y esperar, o a que amaneciese, o a que Rocinante
se menease, creyendo, sin duda, que aquello venía de otra parte que de la
industria de Sancho; y así, le dijo:
-Pues así es, Sancho, que Rocinante no puede moverse, yo soy contento de
esperar a que ría el alba, aunque yo llore lo que ella tardare en venir.
-No hay que llorar -respondió Sancho-, que yo entretendré a vuestra merced
contando cuentos desde aquí al día, si ya no es que se quiere apear y
echarse a dormir un poco sobre la verde yerba, a uso de caballeros
andantes, para hallarse más descansado cuando llegue el día y punto de
acometer esta tan desemejable aventura que le espera.
-¿A qué llamas apear o a qué dormir? -dijo don Quijote-. ¿Soy yo, por
ventura, de aquellos caballeros que toman reposo en los peligros? Duerme
tú, que naciste para dormir, o haz lo que quisieres, que yo haré lo que
viere que más viene con mi pretensión.
No se enoje vuestra merced, señor mío -respondió Sancho-, que no lo dije
por tanto.
Y, llegándose a él, puso la una mano en el arzón delantero y la otra en el
otro, de modo que quedó abrazado con el muslo izquierdo de su amo, sin
osarse apartar dél un dedo: tal era el miedo que tenía a los golpes, que