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cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza, y de sabios es
guardarse hoy para mañana y no aventurarse todo en un día. Y sepa que,
aunque zafio y villano, todavía se me alcanza algo desto que llaman buen
gobierno; así que, no se arrepienta de haber tomado mi consejo, sino suba
en Rocinante, si puede, o si no yo le ayudaré, y sígame, que el caletre me
dice que hemos menester ahora más los pies que las manos.
Subió don Quijote, sin replicarle más palabra, y, guiando Sancho sobre su
asno, se entraron por una parte de Sierra Morena, que allí junto estaba,
llevando Sancho intención de atravesarla toda e ir a salir al Viso, o a
Almodóvar del Campo, y esconderse algunos días por aquellas asperezas, por
no ser hallados si la Hermandad los buscase. Animóle a esto haber visto que
de la refriega de los galeotes se había escapado libre la despensa que
sobre su asno venía, cosa que la juzgó a milagro, según fue lo que llevaron
y buscaron los galeotes.
Así como don Quijote entró por aquellas montañas, se le alegró el corazón,
pareciéndole aquellos lugares acomodados para las aventuras que buscaba.
Reducíansele a la memoria los maravillosos acaecimientos que en semejantes
soledades y asperezas habían sucedido a caballeros andantes. Iba pensando
en estas cosas, tan embebecido y trasportado en ellas que de ninguna otra
se acordaba. Ni Sancho llevaba otro cuidado -después que le pareció que
caminaba por parte segura- sino de satisfacer su estómago con los relieves
que del despojo clerical habían quedado; y así, iba tras su amo sentado a
la mujeriega sobre su jumento, sacando de un costal y embaulando en su
panza; y no se le diera por hallar otra ventura, entretanto que iba de
aquella manera, un ardite.
En esto, alzó los ojos y vio que su amo estaba parado, procurando con la
punta del lanzón alzar no sé qué bulto que estaba caído en el suelo, por lo
cual se dio priesa a llegar a ayudarle si fuese menester; y cuando llegó
fue a tiempo que alzaba con la punta del lanzón un cojín y una maleta asida
a él, medio podridos, o podridos del todo, y deshechos; mas, pesaba tanto,
que fue necesario que Sancho se apease a tomarlos, y mandóle su amo que
viese lo que en la maleta venía.
Hízolo con mucha presteza Sancho, y, aunque la maleta venía cerrada con una
cadena y su candado, por lo roto y podrido della vio lo que en ella había,
que eran cuatro camisas de delgada holanda y otras cosas de lienzo, no
menos curiosas que limpias, y en un pañizuelo halló un buen montoncillo de
escudos de oro; y, así como los vio, dijo: