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embelesada, mirándolos a todos, sin mover labio ni decir palabra alguna:
bien así como rústico aldeano que de improviso se le muestran cosas raras y
dél jamás vistas. Mas, volviendo el cura a decirle otras razones al mesmo
efeto encaminadas, dando ella un profundo suspiro, rompió el silencio y
dijo:
-Pues que la soledad destas sierras no ha sido parte para encubrirme, ni la
soltura de mis descompuestos cabellos no ha permitido que sea mentirosa mi
lengua, en balde sería fingir yo de nuevo ahora lo que, si se me creyese,
sería más por cortesía que por otra razón alguna. Presupuesto esto, digo,
señores, que os agradezco el ofrecimiento que me habéis hecho, el cual me
ha puesto en obligación de satisfaceros en todo lo que me habéis pedido,
puesto que temo que la relación que os hiciere de mis desdichas os ha de
causar, al par de la compasión, la pesadumbre, porque no habéis de hallar
remedio para remediarlas ni consuelo para entretenerlas. Pero, con todo
esto, porque no ande vacilando mi honra en vuestras intenciones, habiéndome
ya conocido por mujer y viéndome moza, sola y en este traje, cosas todas
juntas, y cada una por sí, que pueden echar por tierra cualquier honesto
crédito, os habré de decir lo que quisiera callar si pudiera.
Todo esto dijo sin parar la que tan hermosa mujer parecía, con tan suelta
lengua, con voz tan suave, que no menos les admiró su discreción que su
hermosura. Y, tornándole a hacer nuevos ofrecimientos y nuevos ruegos para
que lo prometido cumpliese, ella, sin hacerse más de rogar, calzándose con
toda honestidad y recogiendo sus cabellos, se acomodó en el asiento de una
piedra, y, puestos los tres alrededor della, haciéndose fuerza por detener
algunas lágrimas que a los ojos se le venían, con voz reposada y clara,
comenzó la historia de su vida desta manera:
-«En esta Andalucía hay un lugar de quien toma título un duque, que le hace
uno de los que llaman grandes en España. Éste tiene dos hijos: el mayor,
heredero de su estado, y, al parecer, de sus buenas costumbres; y el menor,
no sé yo de qué sea heredero, sino de las traiciones de Vellido y de los
embustes de Galalón. Deste señor son vasallos mis padres, humildes en
linaje, pero tan ricos que si los bienes de su naturaleza igualaran a los
de su fortuna, ni ellos tuvieran más que desear ni yo temiera verme en la
desdicha en que me veo; porque quizá nace mi poca ventura de la que no
tuvieron ellos en no haber nacido ilustres. Bien es verdad que no son tan
bajos que puedan afrentarse de su estado, ni tan altos que a mí me quiten