Don Quijote de la Mancha (Miguel de Cervantes Saavedra) Libros Clásicos

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Fernando, y su amo se estaba durmiendo a sueño suelto, bien descuidado de
todo lo sucedido. No se podía asegurar Dorotea si era soñado el bien que
poseía. Cardenio estaba en el mismo pensamiento, y el de Luscinda corría
por la misma cuenta. Don Fernando daba gracias al cielo por la merced
recebida y haberle sacado de aquel intricado laberinto, donde se hallaba
tan a pique de perder el crédito y el alma; y, finalmente, cuantos en la
venta estaban, estaban contentos y gozosos del buen suceso que habían
tenido tan trabados y desesperados negocios.

Todo lo ponía en su punto el cura, como discreto, y a cada uno daba el
parabién del bien alcanzado; pero quien más jubilaba y se contentaba era la
ventera, por la promesa que Cardenio y el cura le habían hecho de pagalle
todos los daños e intereses que por cuenta de don Quijote le hubiesen
venido. Sólo Sancho, como ya se ha dicho, era el afligido, el desventurado
y el triste; y así, con malencónico semblante, entró a su amo, el cual
acababa de despertar, a quien dijo:

-Bien puede vuestra merced, señor Triste Figura, dormir todo lo que
quisiere, sin cuidado de matar a ningún gigante, ni de volver a la princesa
su reino: que ya todo está hecho y concluido.

-Eso creo yo bien -respondió don Quijote-, porque he tenido con el gigante
la más descomunal y desaforada batalla que pienso tener en todos los días
de mi vida; y de un revés, ¡zas!, le derribé la cabeza en el suelo, y fue
tanta la sangre que le salió, que los arroyos corrían por la tierra como si
fueran de agua.

-Como si fueran de vino tinto, pudiera vuestra merced decir mejor
-respondió Sancho-, porque quiero que sepa vuestra merced, si es que no lo
sabe, que el gigante muerto es un cuero horadado, y la sangre, seis arrobas
de vino tinto que encerraba en su vientre; y la cabeza cortada es la puta
que me parió, y llévelo todo Satanás.

-Y ¿qué es lo que dices, loco? -replicó don Quijote-. ¿Estás en tu seso?

-Levántese vuestra merced -dijo Sancho-, y verá el buen recado que ha
hecho, y lo que tenemos que pagar; y verá a la reina convertida en una dama
particular, llamada Dorotea, con otros sucesos que, si cae en ellos, le han
de admirar.

-No me maravillaría de nada deso -replicó don Quijote-, porque, si bien te
acuerdas, la otra vez que aquí estuvimos te dije yo que todo cuanto aquí
sucedía eran cosas de encantamento, y no sería mucho que ahora fuese lo
mesmo.

-Todo lo creyera yo -respondió Sancho-, si también mi manteamiento fuera

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