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-Pues lo fue -respondió el caballero-, porque ese don Pedro es mi hermano,
y está ahora en nuestro lugar, bueno y rico, casado y con tres hijos.
-Gracias sean dadas a Dios -dijo el cautivo- por tantas mercedes como le
hizo; porque no hay en la tierra, conforme mi parecer, contento que se
iguale a alcanzar la libertad perdida.
-Y más -replicó el caballero-, que yo sé los sonetos que mi hermano hizo.
-Dígalos, pues, vuestra merced -dijo el cautivo-, que los sabrá decir mejor
que yo.
-Que me place -respondió el caballero-; y el de la Goleta decía así:
Capítulo XL. Donde se prosigue la historia del cautivo
Soneto
Almas dichosas que del mortal velo
libres y esentas, por el bien que obrastes,
desde la baja tierra os levantastes
a lo más alto y lo mejor del cielo,
y, ardiendo en ira y en honroso celo,
de los cuerpos la fuerza ejercitastes,
que en propia y sangre ajena colorastes
el mar vecino y arenoso suelo;
primero que el valor faltó la vida
en los cansados brazos, que, muriendo,
con ser vencidos, llevan la vitoria.
Y esta vuestra mortal, triste caída
entre el muro y el hierro, os va adquiriendo
fama que el mundo os da, y el cielo gloria.
-Desa mesma manera le sé yo -dijo el cautivo.
-Pues el del fuerte, si mal no me acuerdo -dijo el caballero-, dice así:
Soneto
De entre esta tierra estéril, derribada,
destos terrones por el suelo echados,
las almas santas de tres mil soldados
subieron vivas a mejor morada,
siendo primero, en vano, ejercitada
la fuerza de sus brazos esforzados,
hasta que, al fin, de pocos y cansados,
dieron la vida al filo de la espada.
Y éste es el suelo que continuo ha sido
de mil memorias lamentables lleno
en los pasados siglos y presentes.
Mas no más justas de su duro seno
habrán al claro cielo almas subido,
ni aun él sostuvo cuerpos tan valientes.
No parecieron mal los sonetos, y el cautivo se alegró con las nuevas que de
su camarada le dieron; y, prosiguiendo su cuento, dijo:
-«Rendidos, pues, la Goleta y el fuerte, los turcos dieron orden en
desmantelar la Goleta, porque el fuerte quedó tal, que no hubo qué poner
por tierra, y para hacerlo con más brevedad y menos trabajo, la minaron por
tres partes; pero con ninguna se pudo volar lo que parecía menos fuerte,
que eran las murallas viejas; y todo aquello que había quedado en pie de la