Don Quijote de la Mancha (Miguel de Cervantes Saavedra) Libros Clásicos

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-¡Aquí del rey y de la justicia, que, sobre cobrar mi hacienda, me quiere
matar este ladrón salteador de caminos!

-Mentís -respondió Sancho-, que yo no soy salteador de caminos; que en
buena guerra ganó mi señor don Quijote estos despojos.

Ya estaba don Quijote delante, con mucho contento de ver cuán bien se
defendía y ofendía su escudero, y túvole desde allí adelante por hombre de
pro, y propuso en su corazón de armalle caballero en la primera ocasión que
se le ofreciese, por parecerle que sería en él bien empleada la orden de la
caballería. Entre otras cosas que el barbero decía en el discurso de la
pendencia, vino a decir:

-Señores, así esta albarda es mía como la muerte que debo a Dios, y así la
conozco como si la hubiera parido; y ahí está mi asno en el establo, que no
me dejará mentir; si no, pruébensela, y si no le viniere pintiparada, yo
quedaré por infame. Y hay más: que el mismo día que ella se me quitó, me
quitaron también una bacía de azófar nueva, que no se había estrenado, que
era señora de un escudo.

Aquí no se pudo contener don Quijote sin responder: y, poniéndose entre los
dos y apartándoles, depositando la albarda en el suelo, que la tuviese de
manifiesto hasta que la verdad se aclarase, dijo:

-¡Porque vean vuestras mercedes clara y manifiestamente el error en que
está este buen escudero, pues llama bacía a lo que fue, es y será yelmo de
Mambrino, el cual se lo quité yo en buena guerra, y me hice señor dél con
ligítima y lícita posesión! En lo del albarda no me entremeto, que lo que
en ello sabré decir es que mi escudero Sancho me pidió licencia para quitar
los jaeces del caballo deste vencido cobarde, y con ellos adornar el suyo;
yo se la di, y él los tomó, y, de haberse convertido de jaez en albarda, no
sabré dar otra razón si no es la ordinaria: que como esas transformaciones
se ven en los sucesos de la caballería; para confirmación de lo cual,
corre, Sancho hijo, y saca aquí el yelmo que este buen hombre dice ser
bacía.

-¡Pardiez, señor -dijo Sancho-, si no tenemos otra prueba de nuestra
intención que la que vuestra merced dice, tan bacía es el yelmo de Malino
como el jaez deste buen hombre albarda!

-Haz lo que te mando -replicó don Quijote-, que no todas las cosas deste
castillo han de ser guiadas por encantamento.

Sancho fue a do estaba la bacía y la trujo; y, así como don Quijote la vio,
la tomó en las manos y dijo:

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