Don Quijote de la Mancha (Miguel de Cervantes Saavedra) Libros Clásicos

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mano, propio talle de correo de a pie; el cual, como llegó junto a don
Quijote, adelantó el paso, y medio corriendo llegó a él, y, abrazándole por
el muslo derecho, que no alcanzaba a más, le dijo, con muestras de mucha
alegría:

-¡Oh mi señor don Quijote de la Mancha, y qué gran contento ha de llegar al
corazón de mi señor el duque cuando sepa que vuestra merced vuelve a su
castillo, que todavía se está en él con mi señora la duquesa!

-No os conozco, amigo -respondió don Quijote-, ni sé quién sois, si vos no
me lo decís.

-Yo, señor don Quijote -respondió el correo-, soy Tosilos, el lacayo del
duque mi señor, que no quise pelear con vuestra merced sobre el casamiento
de la hija de doña Rodríguez.

-¡Válame Dios! -dijo don Quijote-. ¿Es posible que sois vos el que los
encantadores mis enemigos transformaron en ese lacayo que decís, por
defraudarme de la honra de aquella batalla?

-Calle, señor bueno -replicó el cartero-, que no hubo encanto alguno ni
mudanza de rostro ninguna: tan lacayo Tosilos entré en la estacada como
Tosilos lacayo salí della. Yo pensé casarme sin pelear, por haberme
parecido bien la moza, pero sucedióme al revés mi pensamiento, pues, así
como vuestra merced se partió de nuestro castillo, el duque mi señor me
hizo dar cien palos por haber contravenido a las ordenanzas que me tenía
dadas antes de entrar en la batalla, y todo ha parado en que la muchacha es
ya monja, y doña Rodríguez se ha vuelto a Castilla, y yo voy ahora a
Barcelona, a llevar un pliego de cartas al virrey, que le envía mi amo. Si
vuestra merced quiere un traguito, aunque caliente, puro, aquí llevo una
calabaza llena de lo caro, con no sé cuántas rajitas de queso de Tronchón,
que servirán de llamativo y despertador de la sed, si acaso está durmiendo.

-Quiero el envite -dijo Sancho-, y échese el resto de la cortesía, y
escancie el buen Tosilos, a despecho y pesar de cuantos encantadores hay en
las Indias.

-En fin -dijo don Quijote-, tú eres, Sancho, el mayor glotón del mundo y el
mayor ignorante de la tierra, pues no te persuades que este correo es
encantado, y este Tosilos contrahecho. Quédate con él y hártate, que yo me
iré adelante poco a poco, esperándote a que vengas.

Rióse el lacayo, desenvainó su calabaza, desalforjó sus rajas, y, sacando
un panecillo, él y Sancho se sentaron sobre la yerba verde, y en buena paz
compaña despabilaron y dieron fondo con todo el repuesto de las alforjas,
con tan buenos alientos, que lamieron el pliego de las cartas, sólo porque

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