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El coloso de Rodas por sí solo representa ya algo. No en vano el señor Anajevski nos informa de que, según unos, este coloso fue obra de los hombres, mientras otros afirman que fue producto de las fuerzas naturales. A lo mejor, los ha impresionado a ustedes la variedad. Pues la variedad no falta en la historia. Para convencerse de ello basta echar una ojeada a los uniformes de gala, civiles y militares, y si se añade a éstos los de media gala, uno se pierde en un mar de uniformes. Ni siquiera un historiador resistiría la prueba. ¿Que la historia peca de monotonía? Cierto. Todo son combates. Se combate hoy, se combatió ayer y se combatirá mañana. ¡Es incluso demasiado monótono!
En resumen, que todo se puede decir de la historia universal, todo lo que acuda a cualquier imaginación, incluso a la más insensata. Pero es imposible decir que es razonable; lo advertiréis desde la primera sílaba. Además, he aquí lo que sucede constantemente: surgen hombres razonables y de costumbres juiciosas, filántropos cuyo objetivo es llevar una existencia razonable y honrada, a fin de predicar con el ejemplo y demostrar a sus semejantes que se puede vivir juiciosamente. Pero ¿qué ocurre? Que muchos de estos amantes de la moderación terminan más tarde o más temprano, por hacer traición a sus ideas y comprometerse en actos escandalosos.
Siendo así, díganme ustedes qué se puede esperar del hombre, de ese ser dotado de cualidades tan extrañas. Prueben a volcar sobre él todos los bienes de la Tierra; sumérjanlo en la felicidad tan profundamente que sólo se perciban en la superficie algunas burbujas; satisfagan sus necesidades económicas hasta el punto de que sus únicas ocupaciones sean dormir, comer pan de especias y pensar en el modo de prolongar la historia universal...; hagan todo esto, y verán como el hombre, por pura ingratitud, por necesidad de envilecerse, les corresponde cometiendo alguna villanía. Incluso correrá el riesgo de perder sus panes de especias y volverá a caer en las necedades más peligrosas, en los absurdos menos ventajosos, sólo por mezclar a esa sensatez positiva un elemento fantástico, pernicioso. Precisamente sus sueños más fantásticos y sus más vulgares tonterías es lo que pretenderá conservar, sólo para demostrarse a sí mismo (como si esto fuera necesario) que los hombres son hombres y no teclas de piano, aunque en verdad lo son para las leyes de la naturaleza, que las tocan, y con tal brío, que pronto no será posible desear nada sin antes consultar el calendario.