Memorias del subsuelo (Fedor Dostoiewski) Libros Clásicos

Página 58 de 101


Y Zverkov empezó a referir una aventura imbécil. Naturalmente, no se trataba de ningún casamiento, sino de un pretexto para citar generales, coroneles e incluso gentiles hombres de cámara, entre los que Zverkov desempeñaba casi siempre el papel principal. Los oyentes estallaban en risas de aprobación; Ferfitchkin incluso profería gemidos.
Todos me habían olvidado, y yo estaba solo, humillado, aplastado.
«¡Dios mío! -pensaba-. ¿Cómo puede convenirme esta compañía? ¡Qué papel tan estúpido acabo de hacer ante esta gente!
He consentido demasiado a Ferfitchkin. Los muy imbéciles creen que me han hecho un gran honor al admitirme en su mesa, y no piensan que soy yo, sí, yo, quien les hago honor a ellos... ¡He adelgazado!... ¡Y este traje!... ¡Malditos pantalones! Zverkov ha visto inmediatamente la mancha amarilla de la rodillera. Aquí no hay más solución que levantarse de la mesa, coger el sombrero y salir sin decir palabra. Así les demostraré mi desprecio. Estoy dispuesto a batirme en duelo mañana. ¡Los muy cobardes! No lo siento por los siete rublos, como ellos deben creer. ¡Que el diablo se los lleve! No, no lo siento por los siete rublos! ¡Bueno, me voy!»
Naturalmente, no me fui.
Para ahogar mi pena, bebía grandes vasos de Laffite y Jerez, y como no estaba acostumbrado a la bebida, me embriagué rápidamente. Mi irritación crecía. De pronto, me dije que no me iría hasta haberlos insultado con la mayor insolencia. Elegiría el momento propicio y les demostraría lo que valgo. Después dirían: «¡Es ridículo, pero tan inteligente!...». y los volví a mandar al diablo.
Lancé por toda la mesa una mirada circular, con expresión insolente y turbia. Pero ellos parecían haberme olvidado por completo. Chez eux, había ruido y alegría. Zverkov seguía perorando. Presté atención. Hablaba de cierta hermosa dama que le había declarado su amor, de tal modo la había cautivado (naturalmente, mentía como un cazador). y explicó que en su aventura le había ayudado uno de sus amigos íntimos, un joven príncipe, el húsar Kolia, dueño de tres mil siervos.
-Sin embargo, ese húsar que posee tres mil almas no está aquí; no ha venido a despedirle.
Estas palabras lanzadas en medio de la conversación general, provocaron un largo silencio.
-Está usted completamente borracho -dijo Trudoliubov, dignándose al fin a mirarme y haciéndolo despectivamente.
Zverkov me observaba en silencio, como se observa a un insecto raro.

Página 58 de 101
 


Grupo de Paginas:         

Compartir:




Diccionario: