Memorias del subsuelo (Fedor Dostoiewski) Libros Clásicos

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Les gritaré a todos: «¡Fijaos en este bribón! ¡Se marcha para seducir a las circasianas con mi salivazo en pleno rostro!»
«Después, naturalmente, se acabará todo. Me quedaré sin empleo. Me detendrán, me juzgarán, me expulsarán del ministerio, me meterán en la cárcel, me enviarán a Siberia. Pero ¿qué importa? Quince años después, cuando me pongan en libertad, cuando sea un hombre destrozado, miserable, volveré a encontrar sus huellas. Lo hallaré en una capital de provincias cualquiera. Estará casado y será feliz. Tendrá una nieta... Le diré: "¡Mira, monstruo! ¡Mira mis pálidas mejillas y mis harapos! Lo he perdido todo: la felicidad, la carrera, el arte, la ciencia, la femme aimée... y todo por culpa tuya. Mira estas pistolas. He venido a descargar la mía y... a perdonarte". Entonces dispararé al aire y desapareceré sin dejar rastro.»
Incluso lloraba a lágrima viva, a pesar de que en aquel mismo momento me di cuenta de que todo esto era de Silvio, novela de Pushkin. Mascarada, drama de Lermontov. Y de pronto sentí una profunda vergüenza, una vergüenza tal, que dije al cochero que se detuviera, salí del trineo y permanecí unos instantes en medio de la calle, con los pies hundidos en la nieve.
El cochero me miraba asombrado, lanzando profundos suspiros.
Me preguntaba qué debía hacer. Imposible ir allá abajo. Evidentemente, no conseguiría nada. Pero también era imposible dejar las cosas como estaban: sería demasiado... ¡Dios mío! ¿Cómo renunciar a aquello después de tantos insultos? ,
«¡No! -me dije saltando de nuevo al interior del trineo-. Es mi destino.»
-¡De prisa, de prisa! ¡Adelante! En un arrebato de impaciencia, asesté al cochero un puñetazo en la espalda.
-¿Qué le pasa? ¿Por qué me pega? -gritó el hombre mientras daba un fuerte latigazo al jamelgo que empezó a trotar.
La nieve caía en grandes copos, pero yo llevaba abierta mi capa, pues, absorto en mis pensamientos, estaba fuera de la realidad. Acababa de decidirme por la bofetada, y me decía, horrorizado, que esto iba a ocurrir immanquablement, tout de suite, y que nulle force ne pourrait plus arreter les événements. Los faroles del alumbrado brillaban lúgubremente, aquí y allá, en la niebla nívea, semejantes a las antorchas de los entierros. La nieve había penetrado bajo mi capa y bajo mi redingote y se había acumulado debajo de mi corbata, donde se iba fundiendo.

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