Memorias del subsuelo (Fedor Dostoiewski) Libros Clásicos

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Y da gracias a Dios si no te pones enferma. Te imaginas (estoy seguro) que no trabajas, que estás en continuas vacaciones. Pero no hay, no ha habido jamás trabajo más penoso que el tuyo, tanto, que tu corazón debería fundirse en lágrimas.
»No te atreverás a pronunciar una sola palabra, ni siquiera media, cuando te echen de aquí. Te marcharás
encorvada como una culpable. Irás a otra casa, luego a otra, todavía volverás a cambiar, y, finalmente, irás a parar a la plaza del Heno. Y allí recibirás paliza tras paliza, por nada, por costumbre. Así se hace siempre en aquel lugar. Ningún cliente te besará sin antes darte un buen vapuleo. ¿Te resistes a creer en tanto horror? Ve a la plaza del Heno y lo verás por tus propios ojos.
»Yo vi una vez, una víspera de Año Nuevo, a una de esas desgraciadas. La habían echado a la calle, a modo de broma, para "calmarla", porque gritaba demasiado, y habían cerrado la puerta tras ella. A las nueve de la mañana estaba ya completamente borracha. Iba desmelenada y medio desnuda. Su cuerpo mostraba huellas de golpes. Llevaba la cara pintada y cubierta de polvos, bajo sus ojos destacaban dos grandes manchas negras y su boca y su nariz sangraban. El causante de todo aquello había sido un cochero de fiacre. Estaba sentada en los peldaños de piedra de la escalinata y tenía en la mano un pescado en salmuera. Gritaba, repetía con obstinación las mismas frases sobre su infortunio y golpeaba los escalones con el pescado. Estaba rodeada de cocheros y soldados borrachos, que se reían de ella y se divertían excitándola. Tú no quieres admitir que te ocurrirá lo mismo que a esa mujer. Tampoco yo lo quiero creer. Pero ¿qué sabes tú de eso? Ocho o diez años atrás, llegó de no sé dónde, fresca como una rosa, inocente, limpia, ignorante de todo lo malo, ruborizándose a cada momento. Tal vez era semejante a ti: orgullosa y susceptible, de mirada altiva, y persuadida de que el hombre que la amase y a quien ella amara gozaría de una felicidad inmensa. Sin embargo, ya ves cómo terminó.
»Y piensa que acaso en el momento mismo en que golpeaba los escalones de piedra con su pescado en salmuera, borracha y desmelenada, acudieron a su memoria los años pasados en la casa paterna, aquellos años en que, pura como un ángel, iba al colegio, y el hijo del vecino la esperaba en la carretera para jurarle que la amaría eternamente y le dedicaría su vida entera, lo que terminó con la mutua promesa de quererse siempre y casarse tan pronto como fuesen mayores.

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