Memorias del subsuelo (Fedor Dostoiewski) Libros Clásicos

Página 88 de 101

He soportado largos combates a causa de estas lecturas. Pero le encantaba leer salmos por las tardes, con su voz dulce, uniforme, cantarina, como si estuviese a la cabecera de un muerto. Y es que esto constituye uno de sus trabajos en las horas libres. Y, además de leer salmos a la cabecera de los muertos, lo contratan para matar ratas, y fabrica cera.
Pero yo no podía despedirlo. Se diría que estaba ligado a mi existencia. Además, él se habría negado a abandonarme. No me era posible vivir en un hotel. Mi alojamiento era mi concha, el estuche en que me refugiaba y me ocultaba de la humanidad entera; y Apolonio, el diablo de este alojamiento. Ésta es la razón de que durante siete años me hubiera sido imposible ponerlo de patitas en la calle.
No era menos imposible retenerle el sueldo. No toleraba el menor retraso.
Pero aquellos días me sentía irritado hasta tal punto contra el mundo entero, que resolví de buenas a primeras castigar a Apolonio y retrasar durante dos meses el pago de su sueldo. Hacía ya mucho tiempo -dos años- que estaba preparando este castigo, únicamente para demostrarle que no tenía derecho a darse importancia ante mí y que yo podía no pagarle si se me antojaba. Decidí no decirle nada, a fin de vencer su orgullo y obligarlo a ser el primero en hablar de sus honorarios. Entonces yo sacaría de mi cajón los siete rublos, para que viera que los tenía apartados, y le demostraría que no quería dárselos, porque así se me antojaba, porque «ésta era mi voluntad señorial», porque él era un insolente y un grosero. Y le diría que, si era cortés y respetuoso conmigo, tal vez me enterneciera y pagase, pero que, en caso contrario, tendría que esperar dos, tres semanas, un mes entero...
Sin embargo, y pese a mi enojo, fue él quien triunfó. No pude resistir más de cuatro días. Empezó por hacer lo que hacía siempre en tales casos (pues no era la primera vez que esto ocurría, de modo que yo podía estar preparado para hacer frente a su táctica innoble). Para empezar, me dirigía una severa mirada que duraba varios minutos, preferentemente cuando yo iba a salir o entraba. Si yo resistía, si fingía no advertir sus maniobras, él, sin romper su silencio, emprendía la segunda serie de operaciones.

Página 88 de 101
 


Grupo de Paginas:         

Compartir:




Diccionario: