Memorias del subsuelo (Fedor Dostoiewski) Libros Clásicos

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De pronto, sin motivo alguno, entra en mi habitación a paso lento, cuando estoy leyendo o paseando de un lado a otro. Y permanece plantado cerca de la puerta, una pierna delante, una mano en la espalda y mirándome fijamente, con expresión no sólo severa, sino profundamente desdeñosa.
Si le pregunto qué quiere, no responde; sigue mirándome durante unos segundos, y luego, apretando los labios, con un gesto significativo, me vuelve la espalda poco a poco y regresa lentamente a su habitación. Dos horas después, vuelve a aparecer ante mí. Loco de furor, ya no le pregunto qué quiere, sino que levanto la cabeza y, con semblante altivo, autoritario, lo miro fijamente a los ojos. Así, uno frente a otro, permanecemos a veces uno o dos minutos. Al fin, da media vuelta lenta y solemnemente y desaparece de nuevo durante dos horas.
Si de este modo no conseguía impresionarme, si mi rebeldía continuaba, Apolonio empezaba a suspirar sin dejar de mirarme. Suspiraba lenta, profundamente, como midiendo toda la magnitud de mi decadencia moral. Y, naturalmente, el duelo terminaba con su victoria. Yo me enfurecía, gritaba, pero tenía que hacer lo que Apolonio quería que hiciera.
Pero esta vez, apenas iniciadas las primeras maniobras, consistentes en miradas severas, me arrojé sobre él, indignado. ¡Estaba tan nervioso!
-¡Espera! -exclamé fuera de mí, al ver que daba media vuelta, lenta y silenciosamente, con una mano en la espalda, y se dirigía a su habitación-. ¡Espera! ¡Ven aquí! y mi grito fue tan desesperado, que él giró sobre los talones y me miró con cierto asombro. Pero seguía encerrado en su silencio, y esto fue precisamente lo que me enfureció.
-¿Cómo te atreves a entrar en mi habitación sin pedir permiso y a mirarme de ese modo? ¡Responde!
Después de mirarme con impasible fijeza durante unos treinta segundos, volvió a intentar marcharse.
-¡Quieto! -aullé corriendo hacia él-. ¡Ni un paso más! ¡Contesta a mi pregunta! ¿Por qué demonio me mirabas?
-Si tiene usted que darme alguna orden, la ejecutaré al punto -respondió Apolonio tras una pausa, ceceando, con voz dulce, lentamente e inclinando la cabeza con una calma horripilante.
-¡No es de eso; no se trata de órdenes, verdugo! -grité temblando de rabia-. ¡Te explicaré lo que quiero decir! Y es que vienes porque no te he pagado. No quieres pedirme el sueldo por orgullo, y, para castigarme, vienes y me miras estúpidamente.

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