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Charles Dickens - Canción de Navidad
Para empezar, Marley estaba muerto. No había ninguna duda sobre ello. El
certificado de su entierro fue firmado por el clérigo, por el escribano, por el
empresario de pompas fúnebres y por el que preside el duelo. Scrooge lo firmó
también, y cualquier cosa que en la bolsa tuviese su nombre debajo, era buena.
Marley había muerto. Esto debe quedar claro, porque de lo contrario no puede
resultar nada extraordinario de la historia que voy a contar.
Scrooge nunca borró el nombre del viejo Marley. La firma era conocida como
"Scrooge y Marley", unas veces le llamaban Scrooge y otras Marley, pero él
contestaba a ambos nombres. Le daba igual.
Era tacaño el viejo Scrooge, duro y cortante como un pedernal; gruñón, reservado
y solitario como una ostra. El frío que llevaba dentro helaba sus viejas
facciones, mordía su nariz afilada, arrugaba sus mejillas, endurecía su forma de
andar, enrojecía sus ojos, ponía azules sus labios delgados y salía al exterior
en su voz ronca.
Una vez, el mejor día del año, es decir la víspera de Navidad, el viejo Scrooge
estaba sentado, muy atareado en su despacho. El tiempo era crudo, frío y nevaba.
Los relojes acababan de dar las tres, pero ya había oscurecido. La puerta del
despacho de Scrooge estaba abierta para poder echar el ojo a su escribiente, que
copiaba cartas más allá. Scrooge tenía un fuego raquítico, pero el del
escribiente era un solo carbón.
¡Felices Navidades, tío! ¡Dios te guarde! -gritó una voz animada.
Era el sobrino de Scrooge.
- ¡Bah! -dijo Scrooge-. ¡Paparruchas!
El sobrino estaba resplandeciente, la cara rubicunda y hermosa.
-¿La Navidad una paparrucha, tío? No quieres decir eso, ¿verdad?
- ¡Sí! -dijo Scrooge- ¡Felices Navidades! ¿Qué razones tienes tú para ser feliz?
Eres tremendamente pobre.
-Entonces -replicó el sobrino-, ¿qué derecho tienes tú de estar triste? Eres
tremendamente rico.
Al no tener respuesta apropiada, Scrooge dijo de nuevo:
- ¡Bah! ¡Paparruchas!
-No seas arisco, tío -dijo el sobrino.
-¿Qué otra cosa puedo ser cuando vivo en semejante mundo de idiotas? -contestó-.
¡Fuera con las felices Navidades! ¿Qué es para ti el tiempo de Navidad sino el
de pagar facturas sin tener el dinero, de encontrarse un año más viejo y ni una
sola hora más rico? Si pudiera hacer mi voluntad -continuó indignado- habría de
cocer en su propia salsa a todos los necios que van por ahí con el "Felices