Misas herejes (Evaristo Carriego) Libros Clásicos

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¡Tu increíble Pecado...! Caer en la demencia
de dar en la cordura por miedo a la Conciencia!)
Para husmear en la cueva, pródiga en desperdicios,
no hacen falta conquistas que imponen sacrificios:
sin mayores audacias cualquier tonto con suerte
es en estos concursos el Vencedor y el Fuerte,
pues todo está en ser duros. El camino desviado
malograría el justo premio del esforzado...
Por eso, cuando llega la tan temida hora
del gesto torturado de una reveladora
protesta de emociones, el rostro se reviste
de defensas de hielo para el beso del triste;
y porque ahogarse deben, salvando peores males,
las rudas acechanzas de las sentimentales
voces de rebeldía -quijotismo inconsciente-
también se fortalecen, severa, sabiamente,
los músculos traidores del corazón, lo mismo
que los del brazo, en sanas gimnasias de egoísmo,
donde el dolor rebote sin conmover la dura
unidad, necesaria, de la férrea armadura:
quien no supere al hierro no es del siglo: no medra.

-¡Que bella es la impasible cualidad de la piedra!-
El ensueño es estéril, y las contemplaciones
suelen ser el anuncio de las resignaciones.
El ensueño es la anémica llaga de la energía;
la curva de un abdomen -todo una geometría-
es quizás el principio de un futuro teorema,
cuyas demostraciones no ha entrevisto el poema...
En la época práctica de la lana y del cerdo
hoy, Maestro, tu mismo te llamarías cuerdo-
se hallan discretamente lejos los ideales
de los perturbadores lirismos anormales.
El vientre es razonable, porque es una cabeza

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