Misas herejes (Evaristo Carriego) Libros Clásicos

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en las generaciones se dilatan!
Toda Idea fue así ¡Dolor bendito
de heridas que supuran enseñanzas!:
Al lado de la Cruz está la Horca,
-y es bueno no quererlas separadas-
¡el leño o el dogal: hablen las épocas,
pues la Cruz y la Horca son hermanas!
¡Y por eso en la lidia,
camino al porvenir de la Cruzada,
coronando el pendón de las bravuras,
los trofeos, aun tibios, se levantan,
como ejemplos viriles anunciados
en la fulguración de la escarlata,
desde sórdidos púlpitos sangrientos
por muertos sacerdotes que aún tronaran
palabras de rencor, hechas conjuros, predicando el sermón de las venganzas!
Triste labor del Odio,
que desata sus hordas, de amenazas, diciendo su creación demoledora a las hoscas angustias de la Raza. Los tremendos instantes de la prueba saben de los martillos que no aplastan los ímpetus hermosos, más hermosos después del golpe que sobre ellos baja; y en la espera, nerviosa, del momento del derrumbe final, la última etapa, a través de las brumas sigilosas que puedan ocultar la Ciudad blanca, se descubren, allá, en otro horizonte, espléndidas auroras que se älzan, los risueños Orientes -¡bienvenidos!-los iris eternales del mañana; ¡Arcos gloriosos de los triunfos nuevos por donde toda la Epopeya pasa!
Y tras el loco batallar de siglos, así como después de la jornada en infinitas gotas se traduce la honra del sudor sobre las caras, sobre las rudas frentes, pensativas como un viejo Pesar que meditara, la cicatriz de sangre se resuelve en agua de Perdón que todo lava,
en agua dulce y bautismal, borrando las huellas más infames, más amargas, ¡como un Jordán de Olvido que quitase hasta el recuerdo mismo de las manchas!

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