Misas herejes (Evaristo Carriego) Libros Clásicos

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.. terrible, llegó el descenso,
y hubo agonías de lucha infausta:


y hubo agonías de lucha infausta:
el tren lujoso, los bar de moda,
-últimas glorias de consagrada-
ya no volvieron a mecer tiernas
ensoñaciones interminadas,
ya no volvieron ansias ocultas
de las novelas de fe romántica,
ni a obsedar, tristes, sus aventuras
las heroínas que ella imitara,
pues, desde entonces, casi insensible,
vivió la vida de una de tantas...
y enamorose de un orillero,
por un capricho, porque ostentaba,
como un orgullo jamás vencido,
adorno y premio de sus audacias,
una imborrable cicatriz honda
sobre su rostro: cuartel de cara
brutal nobleza, blasón sangriento
que con fiero arte grabó la daga.
La vio el suburbio pasar risueña,
porque en sus horas inconfesadas
de peregrina de los burdeles
fue la devota que amó las llagas;
y a su belleza rindió homenaje
la inmunda jerga que deshojaba
en delictuosas galanterías
rosas obscenas para sus gracias;
la jerga inmunda, que en madrigales
volvió la torpe frase guaranga
de los celosos apasionados,
que bravamente, como ofrendadas
invitaciones de amor, lucían
vivos, claveles en la solapa,
largos reproches en sus cantares
y torvas iras en las miradas.

Sus caballeros... Esos a quienes
por su coraje, la roja heráldica
de las pendencias, y las prisiones
dio pergaminos de aristocracia. Más tarde el otro... Las exigencias,
las tiranías de aquel canalla
que ella mantuvo, las indecibles
horas de eterna mujer golpeada:

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