Misas herejes (Evaristo Carriego) Libros Clásicos

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Final de la ofensa nunca perdonada, rencor de los héroes de almas agresivas, gustan la belleza de la puñalada que alcanza a las locas muchachas esquivas.
Crías corajudas, de castigo eximen a las delincuentes famas orilleras, si es que se discute la causa del crimen que apasionó al barrio semanas enteras...
Ponen sus rabiosas babas en los cuentos de las enredistas brujas habladoras, y asisten en días de arrepentimientos a las confesiones de las pecadoras.
Luctuosos de mugre van a los velorios donde, haciendo cruces, arañan las puertas y, muy compasivos, gruñen responsorios

y recitan Salves por las novias muertas.
Hallan escondrijos de cosas guardadas, y, cautos, divulgan en el vecindario fórmulas secretas de alquimias, robadas al hosco silencio de algún visionario.
Con mucho sigilo, ferozmente serios, en el amplio, oscuro templo de la acera, celebran sus ritos de foscos misterios, aullando exorcismos contra la perrera.
Custodian el acto, de extrañas figuras, los insospechados de infames traiciones: hay autoritarias torvas cataduras de perros caudillos y perros matones.
Uno, sobre todo, terror de valientes, jamás derrotado volvió a la covacha: ¡quizás Juan Moreira le puso en los dientes su daga de guapo sin miedo y sin tacha!
Y hay otro, apacible, gentilmente culto, de finos modales, ingenioso y diestro en estratagemas de escurrir el bulto, y a quien los noveles le llaman Maestro,
Y hay otro, que, cuando la fiesta termina, hablando a los fieles con raro lenguaje parece un apóstol de gleba canina que dice a las gentes su Verbo salvaje.
Y otro, primer premio de anuales concursos, y que, en saber, ante ninguno se agacha, es una promesa que sigue los cursos

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