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-¿Qué honra? -dijo la dueña-. ¡El Rey tiene harta! Estése vuesa merced encerrada con su Matusalén y déjenos a nosotras holgar como pudiéremos. Cuanto más, que este señor parece tan honrado que no querrá otra cosa de nosotras más de lo que nosotras quisiéremos.
-Yo, señoras mías -dijo a esto Loaysa-, no vine aquí sino con intención de servir a todas vuesas mercedes con el alma y con la vida, condolido de su no vista clausura y de los ratos que en este estrecho género de vida se pierden. Hombre soy yo, por vida de mi padre, tan sencillo, tan manso y de tan buena condición, y tan obediente, que no haré más de aquello que se me mandare; y si cualquiera de vuesas mercedes dijere: ´´Maestro, siéntese aquí; maestro, pásese allí; echaos acá, pasaos acullá´´, así lo haré, como el más doméstico y enseñado perro que salta por el Rey de Francia.
-Si eso ha de ser así -dijo la ignorante Leonora-, ¿qué medio se dará para que entre acá dentro el señor maeso?
-Bueno -dijo Loaysa-: vuesas mercedes pugnen por sacar en cera la llave desta puerta de en medio, que yo haré que mañana en la noche venga hecha otra, tal que nos pueda servir.
-En sacar esa llave -dijo una doncella-, se sacan las de toda la casa, porque es llave maestra.
-No por eso será peor -replicó Loaysa.
-Así es verdad -dijo Leonora-; pero ha de jurar este señor, primero, que no ha de hacer otra cosa cuando esté acá dentro sino cantar y tañer cuando se lo mandaren, y que ha de estar encerrado y quedito donde le pusiéremos.