Página 32 de 81
Pero, con todo esto, veo que no nos dan nada, ni nos mandan bailar.
Subió en esto la gitana vieja, y dijo:
-Nieta, acaba, que es tarde y hay mucho que hacer y más que decir.
-Y ¿qué hay, abuela? -preguntó Preciosa-. ¿Hay hijo o hija?
-Hijo, y muy lindo -respondió la vieja-. Ven, Preciosa, y oirás verdaderas maravillas.
-¡Plega a Dios que no muera de sobreparto! -dijo Preciosa.
-Todo se mirará muy bien -replicó la vieja-; cuanto más, que hasta aquí todo ha sido parto derecho, y el infante es como un oro.
-¿Ha parido alguna señora? -preguntó el padre de Andrés Caballero.
-Sí, señor -respondió la gitana-, pero ha sido el parto tan secreto, que no le sabe sino Preciosa y yo, y otra persona; y así, no podemos decir quién es.
-Ni aquí lo queremos saber -dijo uno de los presentes-, pero desdichada de aquella que en vuestras lenguas deposita su secreto, y en vuestra ayuda pone su honra.
-No todas somos malas -respondió Preciosa-: quizá hay alguna entre nosotras que se precia de secreta y de verdadera, tanto cuanto el hombre más estirado que hay en esta sala; y vámonos, abuela, que aquí nos tienen en poco: pues en verdad que no somos ladronas ni rogamos a nadie.
-No os enojéis, Preciosa -dijo el padre-; que, a lo menos de vos, imagino que no se puede presumir cosa mala, que vuestro buen rostro os acredita y sale por fiador de vuestras buenas obras. Por vida de Preciosita, que bailéis un poco con vuestras compañeras; que aquí tengo un doblón de oro de a dos caras, que ninguna es como la vuestra, aunque son de dos reyes.