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Avisó al cirujano, quien por caridad se dolía del herido, como hablaba mucho y no le dejaban solo, el cual vino y ordenó lo que primero: que fue que le dejasen en silencio. Pero Dios, que así lo tenía ordenado, tomando por medio e instrumento de sus obras (cuando a nuestros ojos quiere hacer alguna maravilla) lo que la misma naturaleza no alcanza, ordenó que el alegría y poco silencio que Marco Antonio había guardado fuese parte para mejorarle, de manera que otro día, cuando le curaron, le hallaron fuera de peligro; y de allí a catorce se levantó tan sano que, sin temor alguno, se pudo poner en camino.
Es de saber que en el tiempo que Marco Antonio estuvo en el lecho hizo voto, si Dios le sanase, de ir en romería a pie a Santiago de Galicia, en cuya promesa le acompañaron don Rafael, Leocadia y Teodosia, y aun Calvete, el mozo de mulas (obra pocas veces usada de los de oficios semejantes). Pero la bondad y llaneza que había conocido en don Rafael le obligó a no dejarle hasta que volviese a su tierra; y, viendo que habían de ir a pie como peregrinos, envió las mulas a Salamanca, con la que era de don Rafael, que no faltó con quien enviarlas.
Llegóse, pues, el día de la partida, y, acomodados de sus esclavinas y de todo lo necesario, se despidieron del liberal caballero que tanto les había favorecido y agasajado, cuyo nombre era don Sancho de Cardona, ilustrísimo por sa[n]gre y famoso por su persona. Ofreciéronsele todos de guardar perpetuamente ellos y sus decendientes (a quien se lo dejarían mandado), la memoria de las mercedes tan singulares dél recebidas, para agradecelles siquiera, ya que no pudiesen servirlas.